martes, 24 de enero de 2017

¿A qué unidad aspiramos? Del teólogo Ratzinger a Benedicto XVI


Sigo reflexionando sobra la unidad que tanto necesitamos y que por desgracia, no está cerca todavía. Estos días se puede encontrar en la red una foto de Benedicto XVI unida a un fragmento de un texto del teólogo Joseph Ratzinger, nada más terminado el Concilio Vaticano II. Este es el texto:

… la Iglesia Católica no tiene derecho a absorber a las otras Iglesias. La Iglesia aún no ha preparado un lugar adecuado para ellos, que es a lo que legítimamente tienen derecho.

El texto proviene del libro: “Theological Highlights of Vatican II” publicado en plena euforia postconciliar (1966), por lo que debe ser tratado con cierto cuidado. No es adecuado indicar que está escrito por el Papa Benedicto XVI, sino por el teólogo Ratzinger en un momento muy determinado de la historia de la Iglesia. Para contextualizar su contenido hay que indicar que el teólogo Ratzinger habla sobre una propuesta de unidad elaborada por el Edmund Schlink, profesor de la universidad de Heidelberg, en un artículo de prensa. A continuación tienen una referencia más amplia de lo que se puede leer en el libro antes indicado:

Estas consideraciones pueden abrir la manera de responder a la pregunta planteada por el profesor Schlink. ¿El ecumenismo católico no equivale en última instancia a la absorción de las otras Iglesias? ¿No es por lo tanto la Contra-Reforma en una forma diferente? Mientras la unidad se identificara con uniformidad, el objetivo católico no podía dejar de parecer a los cristianos no católicos como una absorción completa en la forma actual de la Iglesia. El reconocimiento de una pluralidad de Iglesias dentro de la Iglesia implica dos líneas de cambio:

(A) El católico tiene que reconocer que su propia Iglesia aún no está preparada para aceptar el fenómeno de la multiplicidad en la unidad; debe orientarse hacia esta realidad. También debe reconocer la necesidad de una renovación católica completa (traducción del editor: revolución), algo que no se puede lograr en un día. Esto requiere un proceso de apertura, que lleva tiempo. Mientras tanto, la Iglesia Católica no tiene derecho a absorber a las otras Iglesias. La Iglesia aún no ha preparado un lugar adecuado para ellos, que es a lo que legítimamente tienen derecho.

(B) Una unidad básica - de iglesias que siguen siendo iglesia, pero que se convierten en una Iglesia - debe reemplazar la idea de conversión, aunque la conversión conserva su significado para aquellos en conciencia estén  motivados a buscarla. (Pr. Joseph Ratzinger, “Theological Highlights of Vatican II” Paulist Press, New York, 1966 p. 61)

En este texto podemos darnos cuenta de la sensación de euforia postconciliar por la forma en que el Profesor Ratzinger señala el problema y cómo se atreve a sugerir el camino de solución. Para el entonces profesor de teología el problema lo tenía la Iglesia Católica, que debía de transformarse según la típica hermenéutica rupturista postconciliar. Esta hermenéutica, alineada con el “espíritu del concilio”, se va a enfrentar con la defensa de la continuidad que el posterior Papa Benedicto XVI promociona como el enfoque correcto para comprender el Concilio Vaticano II. El lector puede fijarse también en el posicionamiento ante el Misterio de la conversión. De hecho deja a la conversión como algo secundario y opcional para el que esté motivado a buscarla. Sin conversión por parte del Espíritu Santo no puede haber docilidad para hacer la Voluntad de Dios, lo que conlleva dejar a la santidad como algo accesorio o secundario para el cristiano.



El postconcilio no dio los frutos que esperaban los promotores del “espíritu del concilio”, por lo que una persona reflexiva y juiciosa, como es el actual Papa Emérito Benedicto, no pudo sostener este punto de vista demasiado tiempo. Siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe nos da otra visión diferente:

No soy un profeta, por eso no me atrevo a decir qué es lo que dirán en cincuenta años, pero creo que será sumamente importante el hecho de que el Santo Padre haya estado presente en todas las partes de la Iglesia. De este modo, ha creado una experiencia sumamente viva de la catolicidad y de la unidad de la Iglesia. La síntesis entre catolicidad y unidad es una sinfonía, no es uniformidad. Lo dijeron los Padres de la Iglesia. Babilonia era uniformidad, y la técnica crea uniformidad. La fe, como se ve en Pentecostés en donde los apóstoles hablan todos los idiomas, es sinfonía, es pluralidad en la unidad. Esto aparece con gran claridad en el pontificado del Santo Padre con sus visitas pastorales, sus encuentros. (Card. Ratzinger. 30 de noviembre de 2002, Universidad Católica San Antonio de Murcia)

Podemos seguir su línea de pensamiento en otro texto importante, que ya tiene carácter magisterial y que nos ayuda a darnos cuenta que no podemos reducir el ecumenismo a voluntarismo y planificación. Tampoco podemos esperar un unidad sinfónica colocando juntos a muchos músicos con diferentes partituras y estilos. Diversidad como don que completa nuestros limites humanos, pero que debe estar dentro de un todo ordenado y coherente. Esa era la visión del Card Ratzinger en el año 2002. Pero el pensamiento del Cardenal siguió evolucionando. Ya siendo Papa Benedicto XVI su pensamiento se vuelve más profundo y consistente. Cuando se es director de una orquesta sinfónica y se desea que la música sea fiel a la partitura, es necesario dejar las cosas claras:


El tema elegido este año para la Semana de oración hace referencia a la experiencia de la primera comunidad cristiana de Jerusalén, tal como la describen los Hechos de los Apóstoles; hemos escuchado el texto: «Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42).

En el versículo citado de los Hechos de los Apóstoles, cuatro características definen a la primera comunidad cristiana de Jerusalén como lugar de unidad y de amor, y san Lucas no quiere describir sólo algo del pasado. Nos ofrece esto como modelo, como norma de la Iglesia presente, porque estas cuatro características deben constituir siempre la vida de la Iglesia.

Primera característica: estar unida y firme en la escucha de las enseñanzas de los Apóstoles; luego en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones. Como he dicho, estos cuatro elementos siguen siendo hoy los pilares de la vida de toda comunidad cristiana y constituyen también el único fundamento sólido sobre el cual progresar en la búsqueda de la unidad visible de la Iglesia.

El segundo elemento es la comunión fraterna. En el tiempo de la primera comunidad cristiana, así como en nuestros días, esta es la expresión más tangible, sobre todo para el mundo externo, de la unidad entre los discípulos del Señor. Leemos en los  Hechos de los Apóstoles que los primeros cristianos lo tenían todo en común y quien tenía posesiones y bienes los vendía para repartirlos entre los necesitados (cf. Hch 2, 44-45). Este compartir los propios bienes ha encontrado, en la historia de la Iglesia, modalidades siempre nuevas de expresión. Una de estas, peculiar, es la de las relaciones de fraternidad y amistad construidas entre cristianos de diversas confesiones. 

Tercer elemento: en la vida de la primera comunidad de Jerusalén era esencial el momento de la fracción del pan, en el que el Señor mismo se hace presente con el único sacrificio de la cruz en su entrega total por la vida de sus amigos: «Este es mi cuerpo entregado en sacrificio por vosotros... Este es el cáliz de mi sangre... derramada por vosotros». «La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del Misterio de la Iglesia» (Ecclesia de Eucharistia, 1). La comunión en el sacrificio de Cristo es el culmen de nuestra unión con Dios y, por lo tanto, representa también la plenitud de la unidad de los discípulos de Cristo, la comunión plena.

Por último, la oración —o, como dice san Lucas, las oraciones— es la cuarta característica de la Iglesia primitiva de Jerusalén descrita en el libro de los Hechos de los Apóstoles. La oración es desde siempre la actitud constante de los discípulos de Cristo, lo que acompaña su vida cotidiana en obediencia a la voluntad de Dios, como nos lo muestran también las palabras del apóstol san Pablo, que escribe a los Tesalonicenses en su primera carta: «Estad siempre alegres, sed constantes en orar, dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros» (Benedicto XVI. Audiencia general. 19/1/11)

Benedicto XVI en el año 2011 se separa bastante del teólogo Ratzinger del año 1966. resumo lo que propone el ahora Papa Emérito, por medio de los cuatro elementos que deben guiar la unidad de los cristianos:

1) Tradición Apostólica. Es raíz del árbol de la unidad
2) Fraternidad, que es más que complicidad, amistad, gregarismo o comunidad. Es la naturaleza que nos une y reúne.
3) Sacralidad: trascendencia. Misterio y sacramentos. Es la savia que nutre y fortalece la humanidad caída que todos tenemos.
4) Oración. Es la flor que espera la mano de Dios para dar abundante fruto.

Desgraciadamente utilizamos los lenguajes humanos para crear apariencias y engañarnos unos a otros. Sabemos pervertir el entendimiento y destrozar la coherencia, intentando que Verdad sea nuestra herramienta y no al revés. Deberíamos ser instrumentos de la Verdad. ¿Qué sentido tiene distribuir una frase descontextualizada del teólogo Ratzinger, sobre una foto del Papa Benedicto XVI? 

Desde mi humilde punto de vista, lo que se busca es ganar la “partida” antes que desgastarnos suplicando que la Verdad nos acoja en su infinita bondad. El dolor que hace que la Iglesia se retuerza y gima, proviene de nuestra tendencia querer ser los protagonistas del show que nosotros mismos montamos. Es marketing se convierte en fe y esto no nos puede llevar muy lejos. Sigamos orando por la unidad de los cristianos. Unidad que sólo puede existir si profundizamos en los cuatro elementos enunciados por el Papa Benedicto.

Resalto la palabra profundizar, porque la tendencia actual es señalar que lo fundamental de la unidad es la dimensión horizontal y no la vertical. Utilizando un símil, nos contentamos con conseguir que llamemos “árbol” al bosque y así no tener que convertirnos y conseguir tener la misma raíz de la Tradición y que la savia de lo sagrado no corra por nuestro interior. El árbol tiene ramas diferentes, pero la diversidad de ramas nunca puede ser confundida con unidad de naturaleza y ser que Cristo quiere para Su Iglesia. La diversidad es un don que hace posible que los carismas personales se unan para ser una Iglesia santa, católica y apostólica.

jueves, 19 de enero de 2017

¡Unidad! Pero que sea verdadera, no sólo apariencias vacías. San Agustín

Podemos poner el símil de un cristal de una ventana que estaba perfectamente, pero la acción egoísta del ser humano ha ido partiendo de pedazos cada vez más pequeños y separados en sí. Cuando más separación exista, es más difícil ver el paisaje que ha detrás. Paisaje que en el símil sería Cristo que quiere transparentarse en el mundo a través de nosotros y de la Iglesia. ¿Qué sentido tiene decidir que lo importante es que los trozos estén aparentemente unidos cuando las roturas hacen inviable que la ventana muestre el exterior? Hasta podemos engañarnos diciendo que lo importante es que entre luz y que cada cual se imagine el exterior como quiera. De hecho esto es lo que estamos haciendo desde hace décadas.

Empezamos la semana de oración para la unidad de los cristianos y como siempre, nos centramos más en la unidad aparente que en la unidad real. El objetivo es sacarnos algunas fotos juntos y decir que todos estamos muy interesados en la unidad. Decimos que “es más lo que nos une que lo que nos divide”, pero no valoramos el peso o profundidad de lo que nos separa. En la Iglesia Católica se hacen actos y grandes discursos para los medios, mientras internamente somos incapaces de vivir cerca unos de otros. Esto tiene un nombre claro: hipocresía.

Llamamos a la "unidad externa" mientras somos incapaces de establecer un diálogo interno que aclare qué nos pasa y qué es lo que queremos como Iglesia. Sin diálogo no se anda el camino en la unidad y dentro de la Iglesia el “silencio que desprecia”, se ha convertido en un arma. Cuando no hay respuesta al diálogo ofrecido, el Espíritu Santo no puede actuar. Nos lo explica San Agustín con claridad:

El que no está dentro de esa Iglesia, ni ahora siquiera recibe el Espíritu Santo. Cortado, pues, y separado de la unidad de los miembros, unidad que es la que habla las lenguas de todos, tiene que renunciar al Espíritu, no tiene el Espíritu Santo. Porque, si lo tiene, que muestre los signos que entonces se mostraban. ¿Qué significa que muestre las señales que entonces se mostraban? Que hable en las lenguas de todos. Me responde él: ¿Por qué? ¿Hablas tú las lenguas de todos? Las hablo, en efecto, porque toda lengua es mía, es decir, de aquel cuerpo del que soy miembro yo. La Iglesia, difundida por las naciones, habla todas las lenguas. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, y de ese cuerpo eres miembro tú; luego, como eres miembro de este cuerpo que habla todas las lenguas debes creer que tú las hablas también todas. La unidad de los miembros mantiene su concordia perfecta por la caridad, y la unidad habla las mismas lenguas que hablaba entonces un solo hombre. (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan. 32, 7)

Las lenguas, que son las formas de comunicar, no son importantes para el Espíritu, porque su acción nos permite superar las murallas comunicativas. Lo que realmente nos separa o nos une, no son las apariencias del lenguaje, sino lo que sustancialmente se comunica cuando dialogamos. La Iglesia tiene un símbolo de unidad de gran valor y profundidad: el Papa. El Papa debe ser signo de unidad entre todos nosotros. Pedro es quien debe apacentar las ovejas y reunirlas en un solo rebaño. Da igual que sean de razas, colores y costumbres diferentes. Da igual que su forma de comunicarse sea diferente. Lo esencial es apacentar al rebaño y confirmarlo en la fe que nos une entre nosotros y nos une con la Iglesia desde el siglo I. De ahí la importancia del Papa como defensor de la Tradición Apostólica, que es sustancial para que las apariencias sean lo que más nos importe.

La caridad es fundamental. Es la sangre que nos debería unir. La caridad no puede detenerse por razones de política de grupo o de tendencia ideológica. Es cierto que la postmodernidad nos ofrece diversas falsas panaceas, como la armonía del silencio o la paz de la lejanía. Es cierto que la Iglesia lleva tiempo utilizando estas panaceas como forma de convivir internamente. Pero también es cierto que el silencio y la lejanía destrozan la unidad, por mucho que se ofrezcan como logros ecuménicos.

¿Qué es lo que vemos actualmente? Vemos que dentro de la Iglesia se van creando roturas en forma de guetos internos que viven “su” fe de diferente forma que los demás. Vemos que cada parroquia o grupo, personaliza la Liturgia para adaptarla a su estética y emotividad. Vemos que en algunos de estos guetos se habla más de sus segundos salvadores que del Evangelio y de Cristo. Vemos que la santidad deja de ser el objetivo, dejando paso a conceptos psico-sociales, como el liderazgo y la eficiencia misionera. Vemos que la evangelización se está centrando en elaborar atractivas estrategias de marketing que consigan discípulos que se unan a una especie de estrategia piramidal.

No podemos descartar ver en el futuro a tradicionalistas católicos, valdenses y luteranos aparentemente futuro. Unidos por “todo lo que nos une” que básicamente una etiqueta, pero incapaces de vivir la misma fe en verdadera comunión. Eso sí, a quienes señalan que esto es un macabro juego del maligno, se les margina sin misericordia alguna. La misericordia se reserva para quienes juegan al juego de la unidad aparente, vistiéndose con las modas eclesiales de cada momento.

jueves, 12 de enero de 2017

Misterio es símbolo y el símbolo no se inventa, nos es dado.


Para la inmensa mayoría de nosotros, un símbolo es algo aparente que carece de realidad. Tampoco tenemos claro qué significa actuar de forma simbólica. Cuando se hace algo para aparentar, se dice que se actúa de forma simbólica, cuando lo que se hace realmente es un simulacro.

Símbolo y simulacro son antitéticos. Se simula lo que no es cierto, pero queremos hacerlo aparece como real. Se simboliza lo que es profundamente real, pero es imposible de mostrar por sí mismo. Suelo poner el ejemplo de un símbolo de circulación que todos conocemos: peligro. Seguro que todas las personas responsables se detienen delante del símbolo y se preparan para los posibles problemas que puedan encontrar. La pregunta que nos podrían hacer cuando nos detenemos ante el símbolo de peligro: ¿Te da miedo una forma abstracta pintada y puesta sobre un palo? La respuesta es evidente. Responderemos que a nosotros no nos asusta la señal, sino lo que simboliza, la realidad que señala, el peligro del que nos informa. Lo simbólico es totalmente real, aunque no se pueda ver, tocar y comunicar por sí mismo y por ello necesita de un medio que lo muestre. Ese medio es lo que llamamos símbolo.

El Credo que rezamos todos los domingos se denomina también el Símbolo de la Fe. ¿Por qué? Porque al proclamarlo en público, se evidencia la fe que tenemos y nos permite reconocernos como hijos de Dios y hermanos en Cristo. Por desgracia pocas personas saben que no rezamos el Credo, sino que lo profesamos. Cuando elCredo se recita como una salmodia ininteligible más dentro de la Liturgia, estamos creando un simulacro. Estamos aparentando lo que no tenemos. Al recitar el Credo de esta forma estamos profanando y despreciando la Fe que debería dar vida. ¿Alguien nos ha dicho esto? Pocas o nadie. Hasta dudo que muchos sacerdotes sepan esto. Los que lo saben prefieren no ahondar mucho en esto, ya que es meter el dedo en la herida que nos destroza como cristianos.

Por desgracia, el cristianismo socio-cultural (aparente) es lo más habitual hoy en día. Esto no es una enfermedad espiritual moderna, ya ocurría en tiempos de Cristo (1). A nadie le extraña que pasemos nuestra vida de simulacro en simulacro, aunque después nos preguntemos las razones por las que cada vez hay menos personas en las parroquias y en las misas, catequesis o celebraciones diversas. Cuando vivimos de simulacris terminamos replanteándonos si estos shows son necesarios y nos alejamos poco a poco de una fe que no entendemos. Una Fe que no se comprende no puede llenarnos de esperanza. Esperanza, que es imprescindible para la caridad. Caridad que tampoco debería de ser una simulacro o un show. Debería ser constante y secreta, porque nos lleva a una profunda experiencia de conversión. La caridad existe cuando dejamos que Dios actúe a través de nosotros y rogamos para ser capaces de ver la imagen de Dios en la persona necesitada.

Actualmente se da gran importancia al simulacro de la filantropía y la solidaridad. Un simulacro que sólo nos satisface de nosotros mismos y nos deja vacíos de trascendencia. Para el cristiano es esencial entender y vivir cada momento de la vida como una oportunidad de ver a Dios y dejar que actué a través de nosotros. No es algo sencillo, ya que es necesario el discernimiento:
Existe la necesidad de un continuo discernimiento para individualizar los caminos de la consumación de todo en Dios. Pero dicho discernimiento sólo es posible en el interior de un horizonte único, que se nos haya hecho inteligible a través de la Sabiduría divina, memoria del origen y del estado definitivo de la creación, manifestación de lo divino y forma sacramental de lo creado, para lo que hemos sido educados por la revelación bíblica y por la Tradición de la Iglesia. Nosotros no damos el significado a lo creado, como tampoco podemos darle sentido a los acontecimientos que tienen lugar en la historia. Si nos consideramos los protagonistas absolutos del conocimiento, entonces los significados que demos a las cosas o a los sucesos estarán casi siempre sometidos a la idea general o al interés que tengamos. Los límites de dicho enfoque los testimonia un simbolismo idealista o romántico, donde el vínculo, entre símbolo y realidad expresada, es convencional, artificial. En el simbolismo verdadero, en cambio, el símbolo expresa una  realidad que va más allá de si misma, que manifiesta en sí misma lo que es más que ella, que se revela también a través de ella porque es el reflejo de un doble orden de lo real fenoménico y ontológico. En esta perspectiva, el símbolo no se inventa, se encuentra dado. En este sentido, el pensamiento simbólico es un pensamiento religioso, precisamente porque es la percepción del vínculo de toda forma de vida con un principio superior. (Card. T. Spidlik, M. Rupnik, El Conocimiento Integral. La vía del Símbolo. Cap VI: El Símbolo da acceso al conocimiento del mundo)

Permítanme dar un paso más allá de los que Marko Rupnik nos indica. Necesitamos vivir la vida como un símbolo constante de la presencia de Dios en nosotros, los demás y el mundo que nos rodea. Vivir de esta forma es dar pasos hacia la santidad. La santidad no es un ideal al que nadie pueda llegar, como algunas veces quieren hacernos pensar. Los santos nos atestiguan que la Voluntad de Dios es que la Gracia nos transforme de forma continua. La santidad no es recluirse para vivir alejados del mundo, sino vivir en el mundo como si no pertenecieramos a él (3).

Tampoco se trata de sólo de pensamiento simbólico, aunque sea imprescindible. Se trata de ser símbolo vivo de Cristo cada segundo de nuestras existencia. Por eso hemos recibido los sacramentos y por eso accedemos a ellos siempre que los necesitamos. Ser símbolos de trascendencia en un mundo inmanente, es un escándalo para quienes viven aferrados a los cotidiano, funcional y relativo. Marko Rupnik nos dice algo que debería de ser, pero que por desgracia no es frecuente: "haber sido educados en la Revelación Bíblica y en la Tradición de la Iglesia". El cristiano medio vive su fe de forma asilvestrada, personal, emotivista y en demasiados ocasiones, trufada con continuos simulacros. Me acuerdo cuando leí por primera vez el “Tratado sobre los Sacramentos” de San Ambrosio de Milán. En esa obra encontré un entendimiento que nunca me había imaginado. Si una persona en el siglo IV hablaba así a otras que seguramente ni sabían leer ni escribir ¿A qué tememos para no hacerlo ahora a las personas actuales, teóricamente más formadas y capaces?

La respuesta es simple. Las personas del siglo IV tenían nociones y entendimiento de los que ahora carecemos. Entendían la relación entre el ser humano y Dios, porque la tecnología y las ideologías no la había distorsionado todavía. Entendían que Dios se manifestaba en torno a ellos por medio de todo lo creado. Es verdad que era un entendimiento inicialmente mágico, que el cristianismo reconducía hasta la religiosidad. Tenían a Dios como centro y motor de todo. Ahora creemos en una magia diferente, la tecnología. Es magia porque detrás del poder que posee está al ser humano, no Dios. La tecnología hace shows milagrosos cuando la política y el dinero lo necesitan.

El ser humano del siglo XXI, no ve más allá de su entorno socio-político-cultural y busca soluciones a través de otros seres humanos, administraciones e instituciones humanas. El marketing es una máquina de esclavización maravillosa y cada vez lo es más. En una sociedad dominada por apariencias, simulacros y espejismos sociales, los símbolos se convierten en un problema, porque nos devuelven a la Verdad e impiden que seamos engañados. Por eso los símbolos son rechazados y despreciados. Por eso vivimos en una sociedad centrada en lo que la tecnología nos hace llegar.

Como dice Marko Rupnik, el símbolo no es inventado por el ser humano. El símbolo existe "por sí mismo" y es donado por Dios. Todo lo creado tiene impresa la huella dactilar de Dios. Esta huella nos habla de Dios a través de la Revelación Natural y Sobrenatural. Mediante esta huella encontramos lo verdadero que hay detrás de las apariencias que nos rodean. Pero, claro, siempre que decidamos seguir a Cristo: negándonos a nosotros mismos, tomando nuestra cruz y siguiendo sus pisadas. Este es el camino de la santidad.


(1)    No todo el que me dice: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la Voluntad de mi Padre que está en los Cielos” (Mateo 7, 21)
(2)    Pero tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mateo 6, 3)
(3)    Carta a Diogneto: " Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida"

lunes, 9 de enero de 2017

Ocho años en la red, demos gracias a Dios por ello.

Hoy cumple este humilde blog ocho años. Un nueve de enero de año 2009 comenzamos la andadura con un post que intentaba resumir lo que deseaba compartir a través de esta herramienta de comunicación digital: Misterio Cristiano. Ahora, ocho años después, vuelvo a replantearme el objetivo tras infinidad de vivencias interiores y exteriores. Mi interior no es el mismo, tampoco la Iglesia es la misma. La sociedad es la única que siguen dando pasos hacia el mismo sinsentido, ahora incluso más rápidamente que antes. La Iglesia ha perdido la fascinación por la trascendencia que vivió durante los años del Papa Benedicto XVI. Ahora la moda eclesial nos invita a andar e integrarnos en la sociedad que nos rodea. No hay que extrañarse, la Iglesia está compuesta por personas que también son sociedad y por lo tanto, viven su vida buscando coherencia a todos los niveles. El desafío es llegar a "no ser de este mundo", lo que conlleva andar el camino de la santidad. Santidad que conlleva ser despreciados por la sociedad y por la parte funcionalista de la Iglesia. Hace ocho años decía en el primer post:

“En el cristianismo (como en la mayoría de las religiones) es posible definir dos tipos de acercamientos a la Revelación. El primer acercamiento es externo, aparente, abierto al mundo y a la sociedad. El otro acercamiento es interno, trascendente, profundizador en los misterios de la Divinidad y los objetivos del Creador”

En estos momentos, lo aparente, lo funcional y lo humano, es lo que prima. Por ello es complicado que un blog, como este, consiga la misma relevancia que tuvo en determinados momentos. Relevancia que hizo que fuese invitado al Blogger Meeting que organizó el Vaticano en el año 2011.

Me pregunto ¿Qué hacer? Sobre todo porque mi otro blog /La Divina Proporción dentro del portal ReL/ resulta más sencillo de llevar, lo que ha hecho que haya ido dejando de actualizar este blog. Pero le tengo mucho cariño y no quiero olvidarlo. Hay entradas que siguen siendo relevantes en la red. Por ejemplo: ¿Qué es lo Sagrado?, que desde hace ocho años está en los primeros puestos de búsqueda dentro de Google. Es decir, este blog responde y guía aunque no tenga la vitalidad de los primeros años.

En una sociedad inmanente, laicista, funcionalista y postmoderna, parecería que nadie necesita saber qué es lo sagrado. Pero no es así, seguimos sintiendo el llamado que busca sentido de lo que somos y hacia dónde nos dirigimos. La respuesta no existe dentro de la dimensión funcional-socio-cultural que sociedad e Iglesia nos ofrece como referentes. Ya sabemos por los teoremas de la incompletud de Gödel que dentro de un dominio de definición no es posible encontrar respuestas de los dominios que están por encima y lo contienen. Deberíamos de tener claro unas cuantas cosas:

  • Las respuestas están en el plano místico, el plano del Misterio. Misterio revelado por Cristo, que es el Logos, la Palabra de da sentido a todo y a todos. No podemos esperar hallar respuestas trascendentes, profundas, liberadoras, dentro del funcionalismo postmoderno, con sus tendencias emotivistas y socio-culturales. 
  • El sentimentalismo y la inclusividad social no lo es todo. El Evangelio es la Buena noticia que deberíamos de llevar siempre con nosotros. Evangelizar es mostrar el Camino, la Verdad y la Vida a quien quiera escucharnos. Todo tiene sentido en Cristo, incluso el dolor y la muerte cobran sentido en Él.
  • Somos hijos de Dios, gracias al bautismo y la Gracia de Dios. No somos individuos que conforman una macro-estructura que busca automatizarse de forma óptima para beneficio del propio sistema. 
  • Nuestro objetivo es la santidad. Nos engañan cuando nos ofrecen ser discípulos de un credo funcionalista-empresarial, que asigna funciones-cargos-responsabilidades y si cumplimos la misión encomendada por el líder de turno, nos remuneran con gratificaciones emocionales. 
  • Las estructuras humanas no salvan. La Torre de Babel es el mejor ejemplo para quitarnos de la cabeza las soluciones basadas en funcionalismo y liderazgos humanos. ¿Cuál es la Panacea? Cristo que nos permite por medio del bautismo ser parte de Su Cuerpo, la Iglesia.
  • No podemos solucionar los problemas e incoherencias del ser humano mediante la relativización, poliedrismo, multiculturalidad ni ecumenismos corrompidos. La Solución vuelve a ser Cristo. Negarnos a nosotros mismos, cargar con nuestra cruz y seguir sus pasos, era, es y será la solución
  • No podemos vivir encerrados en guetos homogeneizadores. Vivir alejados unos de otros, no sólo nos lleva a la indiferencia, sino que impone como sustituto a la caridad, la tolerancia y el desafecto. El ser humano tiene que vivir de forma que sus carismas se unan a los carismas de los demás, para que así nuestra naturaleza humana pueda ser herramienta dócil y eficaz en manos de Dios.
  • Es una locura monumental seguir a segundos salvadores, anteponiendo sus palabras, gestos, tendencias y defectos a la Palabra que ofrece el Agua Viva. Tenemos que seguir a Cristo según lo revelado por Dios.
  • La Tradición Apostólica es el mejor manual para discernir y entender. Los discursos de unos y otros, los shows mediáticos, las entrevistas a los medios y los comentarios de pasillo, no son más que ruido. Ruido que nos aleja de Cristo.
  • Unirnos todos en el Misterio Cristiano, que es Cristo revelado y sacramental, es la única y verdadera panacea a la que podemos acceder. Lo demás, son Torres de Babel que tarde o temprano caerán sobre quienes las construyen.

¿Tiene algún sentido escribir un blog con este perfil en pleno siglo XXI? Yo creo que sí y por eso sigo ilusionado con compartir con ustedes lo que el Espíritu humildemente sopla a mi humilde oído. Siempre dentro de la fidelidad más absoluta a Cristo, la Tradición Apostólica y la Iglesia Católica. Declaro que sólo dentro de la Iglesia hay salvación. También soy consciente que una pertenencia formal y socio-cultural no es más que un engaño a nosotros mismos.

Decía Karl Rahner: "El cristiano del siglo XXI será místico o no será", pues ya estamos en el siglo XXI y el cristianismo es todo menos místico. ¡Incluso somos incapaces de ponernos de acuerdo sobre el significado y entendimiento de la mística!

"Es complicado que hoy en día se acepte que la mística también es un camino intelectual y de acción, además de emotivo"
La mística nos lleva al Misterio y nos hace vivirlo en plenitud. Aunque a veces parezca lo contrario, el cristianismo no desaparece, aunque sea cada vez menos visible. Va quedando reducido a pequeños grupos de personas que buscan vivir su fe, esperanza y caridad, desde un plano diferente al funcionalismo postmoderno. Son el "Resto Fiel" (1), el conjunto de personas que son "escogidas" (2) por el Espíritu. Porque el mismo Cristo sabe que la fe se irá reduciendo hasta que parezca haber desaparecido (3). Quiera el Señor que estemos dentro de esto pequeño remanente que actuará como semilla para el momento en que Dios decida que caiga en tierra, muera y dé abundante fruto.

Aparte del Misterio Cristiano (vivencia), existe el Compromiso Cristiano (acción), que junto con el Mensaje Cristiano (evangelización), conforman un trío de elementos fundamentales para el cristiano. Espero seguir adelante con el compromiso adquirido hace ocho años y hacerlo con más asiduidad. El número de lectores es lo de menos. Aunque nadie me llegue a leer, el compromiso tiene sentido por sí mismo. Es el fruto que el sarmiento ofrece cuando vive unido a la Vid. Aunque nadie tome el fruto y caiga a la tierra, allí seguirán dando fruto por la Gracia de Dios. Gracias por estos ocho años y ya sabe dónde estoy para lo que necesite. Dios le bendiga en este año 2017 y ¡que sea la Voluntad de Dios la que nos guíe!



(1) Habrá un "Resto" fiel, "un pueblo pobre y humilde, que se refugiará en el nombre del Señor" Sofonías (3, 12)
(2)Porque muchos son llamados, pero pocos son escogidos. Mateo (22, 14)
(3) No obstante, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra? Lucas (18, 8)


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