domingo, 24 de abril de 2016

La esperanza no ha desaparecido

La Iglesia es santa, pero quienes la componemos no los somos. No cabe duda que el momento actuar nos revela que quienes componemos la Iglesia estamos enfermos de postmodernidad o como también se suele llamar, modernidad líquida. Cuando las células del cuerpo enferman, el cuerpo padece y nadie puede negar que el Cuerpo de Cristo padezca de problemas que crecen día a día. Pero no tenemos que desesperar. La Iglesia es un todo desde que fue instituida, por lo que no podemos decir que su santidad pueda ser puesta en duda. En todo caso, lo que vivimos es un dolor que no compromete su santidad, apostolidad y unidad.

El momento eclesial es realmente feo, con dudas,  enemistades, predisposición a las actuaciones sacrílegas y una lucha interna que no puede ser disimulada. No es una lucha que se pueda ver en los medios de comunicación, ya que estos sólo son capaces de ver la superficie del cuerpo eclesial. La lucha se libra dentro de cada uno de nosotros, ya que nos tientan con dulces voces de sirenas, para que olvidemos a Dios y nos centremos en el ser humano. No deberíamos escuchar estas voces, pero por desgracia son potentes e inciden en aquellas personas que no tienen conocimiento y voluntad suficiente como para ignorarlas. Estas personas, que durante décadas han sido formadas de forma leve, superficial y de manera proclive a aceptar soluciones humanas, son las células que realmente están sufriendo la enfermedad. Ellas son las que dejan de buscar la santidad y se conforman con la aceptación de sus debilidades humanas. Estas personas son las que se ven alejadas de los sacramentos, porque se les induce a pensar que son sólo apariencias sociales vacías. Estas personas son las que se alegran porque parece que la solución a sus pecados ya no es la confesión, sino la declaración eclesial de que no existe pecado.

Dios no es tonto ni le da todo igual. No es cómplice de nuestras infidelidades ni prisionero de nuestras limitaciones. Podemos decir mil veces que no existe pecado ni tampoco infierno, pero su existencia no parte de nuestros deseos. Esta cantinela es tan antigua como el mundo. Ya Adán y Eva la padecieron y les trajo consecuencias desastrosas. Sin duda son tiempos donde es imprescindible discernir, separar grano y paja, reconocer la Palabra de Dios entre tantos discursos humanos. Son tiempos de esperanza, para quienes sabemos que Dios no nos abandona ni nos repudia. Esperemos la venida del Señor con alegría y ánimos renovados. Los sacramentos seguirán siendo fuente de Gracia para quienes los vemos como signos sagrados y los intentamos vivir como tales. La sacralidad seguirá existiendo en templo que llevamos dentro de nosotros, aunque sea imposible de vivir en los templos físicos. Dios no nos deja de la mano, somos nosotros quienes nos separamos conscientemente de Él.

Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres: más la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada

Mt 12, 31
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