domingo, 26 de abril de 2015

Los tiempos han cambiado, la fe es la misma. San Agustín

¿Creemos todos lo mismo? Cuantas veces nos damos cuenta que, aunque vayamos a la misma misa y digamos las mismas oraciones, creemos de forma diferente. La pregunta más interesante es ¿Podemos trabajar unidos creyendo de forma diferente? La respuesta es evidente, no es posible. 

Más allá de nuestras mezquindades, exclusivismos y relativismos, Cristo se nos ofrece como símbolo de unidad. Él es la Puerta que permite que nos unamos en una única dirección. Si queremos entrar por la Puerta, nuestras visiones personales quedan relegadas a estéticas secundarias. Pasar por la Puerta implica negarnos a nosotros mismos y aceptar caminar juntos. 


«En verdad os digo: Yo soy la puerta de las ovejas.» Jesús acaba de abrir la puerta que antes estaba cerrada. Él mismo es esta puerta. Reconozcámosle, entremos, y alegrémonos de haber entrado. 

«Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos»...; hay que comprender: «Esos que han venido aparte de mí.» Los profetas llegaron antes de su venida; ¿eran acaso ladrones y bandidos? De ninguna manera, pues ellos no vinieron aparte de Cristo; estaban con él. Él mismo les había enviado como mensajeros, guardando en sus manos el corazón de sus enviados... «Yo soy el camino, la verdad y la vida» dice Jesús (Jn 14, 6). Si “Él es la verdad”, esos que estaban en la verdad, estaban con Él. Por el contrario, esos que vinieron aparte de él son unos ladrones y unos bandidos, porque no vinieron más que para saquear y hacer morir. «A esos tales, las ovejas no los han escuchado» dice Jesús... (Seguir leyendo)

domingo, 19 de abril de 2015

¿Ver para creer o entender para ver? San Ireneo de Lyon


La modernidad nos llevó a aceptar como prioritaria la exigencia de Tomás, el Apóstol: “si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré” (Jn 20, 25), es decir: “si no veo no creo”. Esto llevó a muchas personas al ateísmo o al agnosticismo fuerte. Es decir, no aceptaban que la existencia de Dios o no confesaban que no hay pruebas definitorias de su existencia. 



La modernidad trajo a la Iglesia una serie de corrientes pelagianas de fuerte influencia marxista, en las que se daba primacía a crear un reino de Dios de tipo político o social y se interpretaban los Evangelios desde un punto de vista social. Se intentaba que el Reino de Dios fuese de este mundo, aunque Cristo mismo hubiera indicado que no lo era. La Iglesia sufrió y sufre todavía estas corrientes, pero la modernidad ha sido sólo un paso previo para encontrarnos con la postmodernidad.

Hoy en día la Iglesia ya no se enfrenta a una increencia o una creencia centrada en la acción social, ya que vamos comprobando que ambas posturas no tienen demasiado recorrido. Hoy en día nos enfrentamos a millones de utopías personales, que no son más que un ramillete de distopías convenientemente disfrazadas de panaceas. Dicho de otra forma, el ser humano nunca podrá ser lo que no es, aunque nos obliguemos a ser lo que no somos. (seguir leyendo)

domingo, 12 de abril de 2015

Amor y Verdad. Dos caras de la misma moneda.


No creo que nadie pueda pensar en que los seres humanos podamos entender a Dios. Sólo tenemos entendimiento parcial de lo que El nos ha revelado y aún así, rara vez podemos llegar a un acuerdo entre nosotros. La Verdad, que es Cristo, nunca puede se propiedad de nadie, aunque nos empeñemos en querer limitar a Dios según nuestras propias limitaciones. Podríamos decir que tendemos a pensar en Dios como hecho a imagen y semejanza de nosotros. 

El conocimiento esencial de la Verdad, es decir, la participación en la propia Verdad, significa entrar en las entrañas de la Divinidad una y trina, y no simplemente alcanzar idealmente su forma exterior. Por eso, el verdadero conocimiento es conocimiento de la Verdad y sólo es posible a través de la transubstanciación del hombre, de su divinización, de la adquisición del amor como sustancia divina (seguir leyendo)

domingo, 5 de abril de 2015

¡Feliz Pascua 2015!


Todos los años llega la Pascua y nos encontramos con que nuestra fe se contrapone a nuestra realidad personal. Creemos que Cristo resucitó, pero todavía no lo ha hecho en nosotros. La verdadera alegría de la Pascua proviene  de Cristo, que resucita en nuestro corazón y vive en el Templo del Espíritu Santo, que somos cada uno de nosotros. Pero para que el Señor resucite en nosotros nos hace falta creer y vivir la fe de la resurrección. Esto hoy en día no es sencillo, porque dos mil años nos parece tanto tiempo, que todo lo que nos cuentan los evangelios parecen mitos: 
«Necio, dices que creerías si resucitara tu padre; ha resucitado el Señor, ¿y no crees?¿Por qué quiso morir y resucitar sino para que todos creyéramos a uno solo y no fuéramos engañados por una muchedumbre? ¿Y qué iba a hacer tu padre, en el caso de que resucitara y te hablara, volviendo de nuevo a la muerte? Considera con cuánto poder resucitó Cristo, pues ya no muere y la muerte ya no tiene dominio sobre él. Se mostró a sus discípulos y a los que le habían permanecido fieles; tocaron la solidez de su cuerpo, puesto que a algunos les pareció poco el ver lo que recordaban si no tocaban también lo que estaban viendo. Fue confirmada la fe no sólo en los corazones, sino también en los ojos de los hombres.Quien nos mostró todo esto subió al cielo, envió el Espíritu Santo sobre sus discípulos y se predicó el Evangelio. Si miento diciendo esto, interroga al orbe de la tierra. Muchas promesas se han cumplido; muchas cosas esperadas son ya realidad; el orbe entero florece en la fe de Cristo. (San Agustín. Sermón 361, 8) 

En pleno siglo XXI, aceptar y comprender la resurrección de Cristo es casi imposible. Sólo es posible por la Gracia de Dios, que nos lleva lejos de la “muchedumbre” de la que habla San Agustín. (seguir leyendo)
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