domingo, 25 de enero de 2015

Llamados por Cristo. San Jerónimo



El pasaje evangélico de hoy nos muestra cómo los Pedro, Andrés, Juan y Santiago, siguieron a Cristo. Son los mismos apóstoles que le acompañaron durante la Transfiguración y durante la oración en el Monte de los Olivos. Son las cuatro columnas sobre las que la Iglesia se sustentó en sus inicios.

Tras el llamado de Cristo, dejaron todo para seguir al Señor. De su misión no tenían más certeza que lo que sentían en su interior. En este pasaje vemos la fuerza que tiene la llamada del Señor cuando llega a corazones que están dispuestos a seguirle. San Jerónimo lo expresa con gran claridad:

¿Qué indicios tenían ellos, que señal sublime habían notado para seguirle así que los llamaba?- Nos damos cuenta, a todas luces, que algo divino emanaba de Jesús, de su mirada, de la expresión de su rostro que incitaba a los que él miraba a volverse hacia él (...). ¿Por qué digo todo esto? Para mostraros que la palabra del Señor actuaba y que a través de la palabra más insignificante, el Señor actúa: “él lo ordenó y fueron creados.” (Sal 148,5) Con la misma simplicidad con que él los llamó, ellos le siguieron. (San Jerónimo, Homilías sobre el evangelio de Marcos; PL 52)


Es maravilloso ver cómo el Espíritu sabe encender los corazones dispuestos cuando son llamados por Cristo. Si traladamos esta situación a nuestra sociedad del siglo XXI, nos parece un cuento imposible. ¿Quién va a dejar todo lo que tiene por el llamado del Señor? (Seguir leyendo

domingo, 18 de enero de 2015

El remedio muerde, pero quita la infección. San Ambrosio


Hace unos días escribía sobre la cadena del pecado y sus consecuencias en el atentado de Charlie Hebdo, pero la cadena del pecado no sólo produce grandes asesinatos y crímenes. La cadena del pecado es tan cotidiana como nuestra propia vida. Nos lleva a dañar a los demás con la escusa de que, a su vez, nosotros hemos sido heridos anteriormente. Dentro de la Iglesia, esta cadena produce muchos sufrimientos, ya que evidencia que los fieles no somos tan pecadores como cualquier otro. La diferencia es que sabemos quien puede curar el dolor y ayudarnos a romper la cadena: Cristo. San Ambrosio de Milán nos habla de cómo la Gracia de Dios transforma el hombre viejo en el hombre nuevo. El ser humano herido y desesperado se transforma en el ser humano sano y esperanzado. Para ello nos comenta la conversión de San Pablo:

Ya no me comporto como un publicano, decía; ya no soy el viejo Leví; me he despojado de Leví revistiéndome de Cristo. Huyó de mi vida primera; sólo quiero seguirte a ti, Señor Jesús, que curas mis heridas. ¿Quién me separará del amor de Dios que hay en ti? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿El hambre? (Rm 8,35). Estoy unido a ti por la fe como si fuera con clavos, me has sujetado con las buenas trabas del amor. Todos tus mandatos serán como un apósito que llevaré aplicado sobre mi herida; el remedio muerde, pero quita la infección de la úlcera. Corta, Señor, con tu espada poderosa la podredumbre de mis pecados; ven pronto a cortar las pasiones escondidas, secretas, variadas. Purifica cualquier infección con el baño nuevo." (Seguir leyendo)

domingo, 11 de enero de 2015

Limpiemos el pecado por el bautismo. San Hipólito de Roma



La sociedad en que vivimos desconoce el inmenso poder de los símbolos. A través de ellos, Dios se comunica con nosotros y nosotros nos acercamos a Él. El Bautismo de Cristo evidencia que Dios se manifiesta en nosotros cuando aceptamos nacer de nuevo del Agua y del Espíritu.

Juan el Bautista se sorprende cuando Cristo le pide ser bautizado. ¿Quién era el para bautizar al Hijo de Dios? ¿No debería ser al contrario? Parece que el equilibrio de cielos y tierra se trastoca en ese momento para mostrar un nuevo equilibrio, deseado por Dios.

He aquí que viene el Señor para ser bautizado. … Se le acerca como un hombre cualquiera, pecador, inclinando la cabeza para ser bautizado de mano de Juan. Éste, asombrado por esta humildad, intenta impedirlo, diciendo: “Soy yo que tengo que ser bautizado por ti y ¿tú vienes a mí?”

Mira, hermano mío, ¡de cuántos bienes tan grandes hubiéramos sido privados, si el Señor, cediendo a la petición de Juan, hubiera renunciado al bautismo! Porque, hasta aquel momento nos estaban cerrados los cielos e inaccesible el mundo de arriba... El Maestro ¿sólo recibió el bautismo? Renovó al hombre viejo (cf Rm 6,6), le concedió la dignidad de hijo adoptivo. Porque, al instante se abrieron los cielos. El mundo visible y el mundo invisible se reconciliaron. El ejército del cielo fue transportado de alegría; los enfermos de la tierra fueron curados. Los misterios secretos fueron revelados. La hostilidad cedió el lugar a la amistad. (seguir leyendo)

domingo, 4 de enero de 2015

¿Por qué llamar Palabra a Cristo? Clemente de Alejandría



Hace tiempo, una amiga me decía que necesitaríamos saber qué palabra es la que se oculta detrás de Cristo. La verdad, no le entendí cuando me lo decía, ya que nunca hubiera pensado que había una palabra escondida. Tirando de sus razonamientos, me dí cuenta que al leer el prólogo del Evangelio de San Juan había entendido de forma errónea su contenido.

La palabra griega “Logos” no es palabra compuesta por 4 letras, sino un ser que da sentido, entendimiento a algo. Por ejemplo, una palabra como “mesa”, nos dice que nos referimos a un mueble con una superficie horizontal pensada para depositar objetos. La palabra “mesa” da sentido al mueble, ya que comprendemos para qué ha sido hecho por el carpintero. Hoy en día hemos perdido la noción de ser universal. Pensamos que las palabras son designaciones arbitrarias dadas según nuestro interés del momento. Una mesa puede ser silla o lámpara con sólo llamarlas así.

Hemos hecho nuestro el nominalismo que en el siglo XIII desafió a la Iglesia y la civilización occidental. Por eso la lectura de hoy domingo nos resulta con complicada de entender. A la mayoría de nosotros nos parece un desvarío sin demasiado significado. ¿Por qué llamar Palabra a Cristo?

Así  como  los  enfermos  del  cuerpo  necesitan  un  médico,  del  mismo  modo  los  enfermos  del  alma  precisan  de un pedagogo (educador), para que sane nuestras pasiones.  Luego acudiremos  al  maestro,  que  nos  guiará  en  la  tarea  de  purificar  nuestra  alma  para  la  adquisición  del  conocimiento  y para  que  sea  capaz  de  recibir  la  revelación  del  Logos.  (Seguir leyendo) 
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