domingo, 16 de febrero de 2014

Pedro, la opinión de los hombres no te ha hecho extraviar

Nada estaba fuera de la sabiduría y el poder de Cristo: los elementos de la naturaleza estaban a su servicio, los espíritus le obedecían, los ángeles le servían… Y, sin embargo, en todo el universo, tan sólo Pedro es escogido para presidir a todos los pueblos llamados, dirigir a todos los apóstoles y a todos los Padres de la Iglesia. De tal manera que aunque haya en el pueblo de Dios muchos presbíteros y muchos pastores, es Pedro en persona quien los gobernaría a todos, ya que Cristo es quien los gobierna por ser la cabeza…

Cuando el Señor quiere conocer los sentimientos de los mismos discípulos, el primero en confesar al Señor es aquel que es el primero en la dignidad de apóstol. Puesto que dijo: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”. Es decir: Dichoso tú porque es mi Padre quien te ha enseñado; la opinión de los hombres no te ha hecho extraviar, sino que te ha instruido una inspiración venida del cielo; no son ni la carne ni la sangre que han permitido me descubrieras, sino aquél de quien yo soy el Hijo único.

 “Y yo te digo”, es decir: Igual que mi Padre te ha manifestado mi divinidad, yo te hago conocer tu superioridad. “Tú eres Pedro”, es decir: Yo soy la roca inconmovible, la piedra angular que de dos pueblos hago uno solo, el fundamento fuera del cual nadie puede poner otro (1C 3,11), pero tú también eres piedra, porque eres sólido por mi fuerza, y lo que yo tengo como propio, por mi poder, tú lo tienes en común conmigo por el hecho de que tú participas de mi poder. “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Sobre la solidez de este fundamento, dice, edificaré un templo eterno, y mi Iglesia, cuya cumbre debe ser introducida en el cielo, se edificará sobre la firmeza de esta fe. (San León Magno. 4º sermón para el aniversario de su ordenación, PL 54, 14ª SC)

Ayer se celebró la solemnidad de la Cátedra de San Pedro. Con ella festejamos varias cosas, siendo el papado una de las más evidentes para los católicos. Cristo instituyó el papado como una figura que es al mismo tiempo, cotidiana y simbólica. Una figura que crea polémica y que es al mismo tiempo, estandarte de todos.

Es cotidiana, porque desde el momento en que Pedro fue reconocido como Piedra, la Iglesia ha contado con una persona que ha puesto sus fuerzas y carisma personal a disposición de la Iglesia y de Cristo. Es simbólica, porque esa persona no es en sí misma nada más que un ser humano, falible, limitado, pero representa la unidad de todos los cristianos en torno a Cristo. El papado es el defensor de la Tradición por encima de las circunstancias que se vivan en cada momento. La Tradición actúa como la tierra sostiene y fortalece el cimiento. Cuando el cimiento pierde la tierra que le sostiene, el edificio cae. La Torre de Babel es el ejemplo de una obra humana que deseaba llegar a Dios y que, al no tener cimientos fuertes, termina siempre abandonada y vacía. La Iglesia es todo lo contrario, siempre ha estado llena de vida y ha ido haciéndose más y más sólida según han pasado los siglos.

Dice San Gregorio Magno, refiriéndose a Pedro y los Papas: “Dichoso tú porque es mi Padre quien te ha enseñado; la opinión de los hombres no te ha hecho extraviar, sino que te ha instruido una inspiración venida del cielo”. “La opinión de los hombres” no debe hacer perder el rumbo a quien es fundamento y cimiento de la Iglesia, ya que todo cimiento debe ser precisamente firme, estable y sobre todo unificador. Sobre el Papa recae el peso de toda la Iglesia, por lo que debe sostenerla de forma completa, sin fisuras. Pedro debe ser un lazo de unidad y serenidad entre todos.

Pero todos sabemos que detrás de la figura simbólica existe un ser humano. San Pedro fue capaz de negar tres veces a Cristo sin que Cristo le “destituyera” por su error. De hecho el Señor ya contaba con su infidelidad y conocía el bien que saldría de ello. Cristo contaba que Pedro era justamente lo que todo ser humano es: limitado y frágil. Dios se apiada de Pedro y le muestra el único camino que puede tomar como seguro: la humildad y el amor a Cristo.

Es curioso que los otros apóstoles nunca pusieran en tela de juicio que Pedro fuese la cabeza de la Iglesia. Fue algo que aceptaron sin que hubiera fisuras entre ellos. La humildad les hizo reconocerse en los errores de Pedro y saber que ellos también podían haber actuado como él. Esconderse tras el prendimiento de Cristo, no fue un acto que les honrara especialmente. Tan sólo Juan, que después actuará como principal profeta inspirado, es capaz de soportar la presión para estar, junto a María, a los pies de la Cruz. Mientras que Pedro lloraba su traición, Juan asistía a la consumación del Sacrificio redentor.

Cada Papa tiene sus aciertos y sus defectos. No podemos decir que ningún Papa sea perfecto. Hemos de aceptar que Dios es capaz de sacar bien de los errores de quienes somos seres imperfectos y limitados. Todo Papa desconcierta a unos y enardece a otros, por lo que no hemos de escandalizarnos de que el Papa Francisco sea un ídolo para unos y una figura sombría para otros. Igual sucedió con Benedicto XVI, Juan Pablo II, Juan XXIII, Pablo VI, etc. Esto ha ocurrido con todos los Papa y seguirá ocurriendo. Queda de nuestra parte ser fieles a la Iglesia y a Cristo, por encima de quien vista las vestiduras simbólicas de la unidad y la fidelidad a Cristo.


En todo caso, si nos atrevemos y somos capaces de soportar las vestiduras del profeta, podemos hacer como Juan, que asistió al Sacrificio redentor y fue recompensado con el don místico de la profecía. Quien fue capaz de soportar la visión del sacrificio de Cristo, le fue concedido ver cómo Cristo vencía al final de los tiempos. Quizás tengamos que aprender de Juan y encontrar la fortaleza para mirar, de cara, el sufrimiento del día a día de la Iglesia.

¿Quién desea ser santo en pleno siglo XXI?

¿Quién desea ser santo en pleno siglo XXI? Creo que muchas personas lo desean e incluso lo intentan, aunque rara vez aparezcan en algún medio de comunicación. Si alguno aparece, lo que nos comunica de su vocación es incomprensible para la inmensa mayoría de nosotros. No debe extrañarnos que para calificar sus objetivos se utilicen adjetivos como loco, abducido, fundamentalista, etc. Hablar de santidad es como si se le describe a un sordo la magnificencia de una sinfonía. Pero esta incapacidad de comprender el camino de la santidad no es algo actual, sino que es una de las consecuencias del pecado original y de nuestra naturaleza imperfecta. Ya Cristo nos hablaba de sus problemas al hablar del Reino de Dios a sus contemporáneos:

 “Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis. Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane.” (Mt 13, 13-15)

Quien teniendo oídos no escucha y teniendo ojos, no ve, es incapaz de conocer la belleza que se esconde detrás de cualquiera de las descripciones y explicaciones que le podamos hacer. La belleza del camino de santidad no es reconocido con facilidad. Es como un receptor de radio en que no sabemos dónde está la banda de frecuencias en la que se transmite música más bella que existe. Pero, como no podría ser de otra forma, el Señor nos ha dado una forma de descubrir esta banda de frecuencias que tramiten la Belleza y la Verdad: lo sacramentos.

Pensemos que los sacramentos son signos que hay que comprender, sentir y vivir. Si se convierten en actos sociales, el camino hacia la santidad se bloquea para nosotros. Las apariencias terminan por llenar todo el dial de nuestro receptor de radio y nos olvidamos de que existen bandas que emiten mejor música.

En la Eucaristía contemplamos el Sacramento de esta síntesis viva de la ley: Cristo  nos  entrega  en sí mismo la plena realización del amor a Dios y del amor  a los hermanos. Nos comunica este  amor suyo cuando nos alimentamos de su Cuerpo y de su Sangre. Entonces puede realizarse en nosotros lo que san Pablo  escribe  a  los Tesalonicenses en la segunda lectura de hoy: “Abandonando  los ídolos, os habéis convertido, para servir al Dios vivo y verdadero" (1 Ts 1, 9). Esta conversión es el principio del camino de santidad que el cristiano está llamado a realizar en su existencia. El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su verdad perfecta, que es progresivamente transformado. Por esta belleza y esta verdad está dispuesto a renunciar a todo, incluso a sí mismo. Le basta el amor de Dios, que experimenta en el servicio humilde y desinteresado al prójimo, especialmente a quienes no están en condiciones de corresponder. (Benedicto XVI, solemne conclusión de la XI asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, del año de la Eucaristía. 23-10-2005)

Santo es el que va siendo transformado, poco a poco, por la Belleza de Dios y la Verdad perfecta. Personalmente, esta frase es como un ariete que colisiona contra la muralla que he ido creando en torno al sacramento de la Eucaristía. Una muralla que se nutre de las piedras de la pérdida del sentido de lo sagrado que vivimos en muchas comunidades. Piedras que son más duras, según nos parece que Dios se aleja y desentiende de nosotros. Lejanía de Dios que se propicia por nuestra incapacidad de separar los aspectos de animación socio-cultural de la comunidad, de la presencia sobrenatural del Señor. De  todos los sacramentos la Eucaristía es el más grande, pero no por ello dejar de sufrir a una progresiva pérdida de significado. Conocer un poco de Liturgia parece destinado a especialistas.

No dudo que para muchas personas los ritos se han ido volviendo incomprensibles y la belleza que rodea a la Liturgia les produzca rechazo. Lo que está claro es que la Belleza y la Verdad son aspectos que se deben sentir, entender y vivir. El problema es que según vamos creando capas y capas de entendimientos diferidos, las mismas formas producen un alejamiento del Señor.

¿Cómo vamos sentirnos fascinados por la Belleza que no vemos y la Verdad que nos escuchamos? Así, ¿Cómo vamos a entender lo que Cristo nos dice de las leyes en el evangelio de hoy domingo?

“No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.” ( Mt 5, 17-19)

Ya ni nos acordamos de los mandamientos, transformados por capas y capas de adaptaciones sociales y secuencias interminables de inculturaciones adaptadas a lo políticamente correcto. La Eucaristía termina siendo una escusa para vernos de domingo en domingo. Cuando el último velo del templo termina de oscurecer el Sancta Santorum, la Eucaristía deja de transformarnos y acercarnos al Señor. Entonces, si no tenemos empatía personal con la comunidad ¿Para qué ir a misa? La muerte de Cristo rasgó el velo del templo, pero nosotros mismos somos más resistentes que el velo.

¿Y la santidad? Con no robar ni matar a nadie, nos es suficiente. Dios parece estar demasiado lejos y desentendido de nosotros. Ponemos la misericordia como estandarte y olvidamos que Dios es tan justo como misericordioso. No le tentemos, como hizo el demonio en el desierto.  

martes, 11 de febrero de 2014

Certezas y Evangelio. Cesareo de Arlés y Papa Francisco.

Cuando el Papa Francisco habla de que tenemos que abandonar las certezas y seguridades. En la homilía que realizó el 13 de octubre del pasado año, nos dijo:

Preguntémonos hoy todos nosotros si tenemos miedo de lo que el Señor pudiera pedirnos o de lo que nos está pidiendo. ¿Me dejo sorprender por Dios, como hizo María, o me cierro en mis seguridades, seguridades materiales, seguridades intelectuales, seguridades ideológicas, seguridades de mis proyectos? ¿Dejo entrar a Dios verdaderamente en mi vida? ¿Cómo le respondo?

Las seguridades y certezas son rutinas que nos permiten dejar a un lado el compromiso que tenemos con Cristo y con la Iglesia. Estas seguridades nos permiten ritualizar los comportamientos y desplazar el centro de nuestras vidas a actividades e intereses ajenos a la misión de una vida cristiana. ¿A qué seguridades solemos aferrarnos?

Normalmente incorporamos un leve barniz cristiano basado en cumplir con las apariencias externas. Las limosnas, la misa dominical, la oración son herramientas maravillosas si las vivimos en primera persona. Pero si las automatizamos, perdemos todo lo que tienen de bueno para nosotros. Si convertimos la misa en una escusa para reunirnos con los amigos, también estamos creando seguridades que nada tienen que ver con el verdadero sentido de la Liturgia. Veamos que nos dice San Cesareo de Arlés desde el siglo IV-V:

Hermanos queridos, cuando os exponemos algo útil para vuestras almas, que nadie trate de excusarse diciendo: " no tengo tiempo para leer, por eso no puedo conocer los mandos de Dios ni observarlos  Abandonemos las vanas habladurías y las bromas mordaces, y veamos si no nos queda tiempo para dedicar a la lectura de la Escritura santa. Cuándo las noches son más largas, ¿habrá alguien capaz de dormir tanto que no pueda leer personalmente o escuchar a otro a leer la Escritura? Porque la luz del alma y su alimento eterno no son nada más que la Palabra de Dios, sin la cual el corazón no puede vivir ni ver. El cuidado de nuestra alma es muy semejante al cultivo de la tierra. (San Cesareo de Arlés. Sermones al pueblo, n°6 passim)

¿Quiénes entre nosotros se dedican a leer el evangelio y meditarlo todos los días? Muy pocos. La mayoría corremos de un lado a otro atendiendo las necesidades humanas que tenemos. No encontramos tiempo para dar un paso adicional a las rutinas que hemos convertido en ritos costumbristas.

Algunos podemos pensar que eso de dejar la cómoda retaguardia es sólo para valiente o para “profesionales”. En el mejor de los casos, esperamos que sean otros los que se dediquen a moverse, aduciendo que nos sentimos incapaces y no sabemos qué hacer. ¿habrá alguien capaz de dormir tanto que no pueda leer personalmente o escuchar a otro a leer la Escritura?  Pero ¿Cuesta tanto leer y meditar el Evangelio? ¿Cuesta tanto orar conscientemente junto a nuestros hermanos?

Hay un versículo del Apocalipsis que me encanta, ya que evidencia una realidad que vivimos día a día: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3, 20) ¿Estamos predispuestos a escuchar cuando Cristo llama a nuestra puerta? A lo mejor preferimos el oído de nuestro corazón entretenido con otras miles de cosas y excusarnos diciendo que no tenemos tiempo ni para leer un párrafo de los escritos de un santo.

A veces, escuchamos la llamada, pero nos da terror abrir la puerta. Sabemos que si la abrimos, estamos aceptando el compromiso de seguir a Cristo, negándonos a nosotros mismos. “El cuidado de nuestra alma es muy semejante al cultivo de la tierra” y por lo tanto, necesita dedicación, paciencia, humildad y mucha entrega.

La gran pregunta es ¿Cómo salir de este círculo vicioso de sordera y miedo? Una buena respuesta sería, empieza por leer un poco de los Evangelios cada día. Medita lo que dice y si puedes, coméntalo con otras personas. En el diálogo se aprenden muchas cosas. Ya que utilizamos el whasapp todo el día, ¿Por qué no crear un grupo de meditación del Evangelio del día? Una amiga me comentó que está realizando la experiencia y que está siendo sorprendentemente buena. También se puede comentar de viva voz con los amigos o utilizar las redes sociales.

Si el Papa nos pregunta de nuevo: ¿Me dejo sorprender por Dios, como hizo María, o me cierro en mis seguridades,…? Ojalá seamos capaces de decir que estamos intentando dejarnos sorprender por el Señor y que oramos todo los días para que seamos capaces de hacerlo.

domingo, 9 de febrero de 2014

Ser sal y luz del mundo. San Juan Crisóstomo.

Es conveniente que el fiel sea reconocido no únicamente por el don de ser cristiano, sino por su nuevo género de vida.El fiel debe ser luz y sal de la tierra. Pero si ni para ti mismo eres luz ni sabes dominar tu podredumbre ¿cómo podremos distinguirte? ¿Por el solo hecho de haber bajado a las aguas saludables del bautismo? Pero esto más bien te lleva al castigo. La alteza del honor, para quienes no llevan una vida digna del honor, viene a ser un acrecentamiento del suplicio. El fiel debe brillar no únicamente por los dones que Dios le da, sino además por la forma en que él coopera. Debe en todo mostrarse excelente: en el modo de caminar, en su comportamiento, en su vestir, en su voz. (San Juan Crisóstomo. Homilía sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía IV

El Evangelio de hoy domingo es realmente bonito, ya que nos dice que debemos ser la sal de la tierra y la luz del mundo. Cristo espera que dejemos que El se transparente al mundo a través de nosotros. Como suelo decir, espera que permitamos que seamos herramientas fieles y eficaces en sus manos. Para ello debemos confiar en que El es quien maneja la nave de nuestra vida. 

Recordemos cuando hablaba a sus Apóstoles recordándoles que: 
No se preocupen por lo que han de comer o beber para vivir, ni por la ropa que necesitan para el cuerpo. ¿No vale la vida más que la comida y el cuerpo más que la ropa? Miren las aves que vuelan por el aire: no siembran ni cosechan ni guardan la cosecha en graneros; sin embargo, el Padre de ustedes que está en el cielo les da de comer. ¡Y ustedes valen más que las aves! En todo caso, por mucho que uno se preocupe, ¿cómo podrá prolongar su vida ni siquiera una hora? (Mt 6,25-27

San Juan Crisóstomo es un poco más duro y nos recuerda que no podemos vivir una vida que no se diferencie de las de las demás personas, que no conocen a Cristo. El cristiano debe ser símbolo de Cristo, ya que las demás personas conocerán al Señor a través de él. 

Hoy en día nos encontramos perplejos ante una sociedad que olvida sus fundamentos cristianos y prefiere vivir sin comprometerse con nada ni nadie. Nos preguntamos por qué los jóvenes desaparecen de los templos para hacer una larga travesía por el desierto del mundo. Travesía de la que algunos vuelven trayendo a sus hijos, de la mano. Travesía que es necesaria para convertirse realmente.

Ya en el siglo IV padecían los mismos problemas que tenemos ahora. Una cosa son los bautizados y otra, el pequeño grupo de cristianos que tras su travesía de alejamiento, encuentran la Luz de Cristo y retornan. Ya nos lo indicó Cristo al señalar que “muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mt 22,14). Pero no se trata de que Dios señale a unos y rechace a otros, somos nosotros quienes decidimos abrir la puerta cuando oímos la llamada de Cristo o preferimos escondernos, tapándonos los oídos: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo” (Ap 3, 20).

¿Nos extraña que tantos bautizados vivan de forma totalmente irreligiosa o con cristianismo de barniz cultural? Yo creo que no nos debería extrañar. Es lo que podríamos esperar de una sociedad aconfesional que privilegia los dioses de siempre: poder, fama, éxito, riqueza, etc. Lo extraño es que una persona decida abrir la puerta a Cristo, ya que se encontrará comprometida para toda su vida, desde el mismo momento en que le mire a los ojos. 

Estos son los que realmente serán la sal y la luz del mundo. Los demás, intentamos, a duras penas, seguir el camino que marcan los pasos de Cristo. Siempre rezagados, agotados y sobrepasados por lo que quisiéramos dar y no somos capaces. 
En nuestro trabajo, nuestro hogar, nuestras aficiones y obligaciones, podemos ser sal y luz, pero antes hemos de abrir la puerta al Señor y dejar que Él sea quien nos enseñe a dónde hemos de dirigir nuestro conocimiento, afecto y voluntad.


El fiel debe brillar no únicamente por los dones que Dios le da, sino además por la forma en que él coopera. 

domingo, 2 de febrero de 2014

¿Es difícil orar? San Juan de la Cruz nos ayuda

Esta semana he tenido rondando por la cabeza el tema de la oración. El pasado jueves estuve conversando sobre el tema con un grupo de personas y en las reflexiones que hicimos, encontré un hilo que creo interesante compartir con usted.

Cristo nos pide que oremos de forma continua y para ello nos pone el ejemplo del Juez Injusto. San Agustín señala que esta oración continua no puede estar basada en el recogimiento, ya que es imposible estar en las tareas cotidianas orando de rodillas. Habla de orar en el deseo; el deseo de Dios.

Entonces, podemos pensar en orar mediante la inteligencia, emoción y voluntad. La oración vocal, explícita, necesita de nuestra inteligencia para crear un “discurso” que nos comunique con el Señor. Pero también existe la posibilidad de orar emocionalmente, sin palabras, de manera que la comunicación provenga de aquello que sentimos en nuestro interior. También es posible la oración volitiva, que no necesite ni de palabras ni de sentimientos. Una oración que sea acción práctica en nuestra propia vida.

He estado buscando referencias y la más clara que he encontrado es de San Juan de la Cruz:

Para de veras encontrar a Dios no es suficiente orar con el corazón y con las palabras, ni aprovecharse de ayudas ajenas. Esto hay que hacer, pero, además, esforzarse lo que pueda en la práctica de las virtudes. En efecto, aprecia más Dios una acción que haga la propia persona, que otras muchas que otras personas hagan en su favor (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, 3, 2).

La práctica de las virtudes es también una forma de encontrar a Dios. Es una forma de orar con nuestra voluntad y perseverancia. Esta reflexión da un mayor sentido al esfuerzo que realizamos para obrar bien. No se trata de un lucha en que buscamos hacer la Voluntad de Dios, sino un forma de dialogar con el Señor.

Tenemos claro que nuestra voluntad es limitada y nuestra perseverancia siempre tiene un límite. Necesitamos de la Gracia del Señor para seguir adelante. San Pablo nos dijo que: “nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 26) Cuando las palabras no son capaces de expresar y comunicarnos con el Señor, los sentimientos y la voluntad toman el relevo. El Espíritu Santo recoge esa oración no verbal y la traslada al Señor. Los gemidos inefables del Espíritu son el medio de comunicación más directo y certero, por lo que no nos sintamos mal si no somos capaces de orar vocalmente con soltura y nos distraemos a la primera de cambio. Si no salen las palabras, ofrezcamos nuestras emociones y nuestras acciones como oración al Señor.

Clemente de Alejandría también incide en esta necesidad de orar como y cuando no sea posible:

Se nos ha mandado venerar y honrar al Logos [Cristo], a nosotros, persuadidos por medio de la fe de que Él es Salvador y Guía, y por Él al Padre, no en días elegidos, como hacen otros, sino continuamente, durante toda la vida y de todas las formas posibles (...). De ahí que no en un lugar señalado, ni en un templo determinado, ni en fiestas y días prefijados, sino en toda la vida, el cristiano, ya esté él a solas, ya con otros de su misma fe, honra a Dios, es decir, le da gracias por el Conocimiento y por su forma de vida. ” (Stromata VII, 7, 35, 1. 3).

En la vida cotidiana, los espacios y momentos propicios para la oración, son a veces muy escasos. Cuando encontramos un momento, a veces, nos sentimos incapaces de hilar más de una frase de agradecimiento y/o de petición. Estas dificultades nos frenan y nos desalientan muy a menudo. Dejemos el desaliento a un lado y pensemos en que Cristo nos mira y acepta que oremos de todas las formas posibles y en todos los lugares posibles. El desea ser “importunado” por nuestras oraciones, como nos lo hizo saber en la parábola del juez injusto.


Oremos sin palabras, Dios sabe lo que necesitamos mejor que nosotros. Dejemos que el Espíritu Santo interceda por nosotros en el lenguaje que sólo Dios conoce y comprende totalmente: el Amor.

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