martes, 24 de diciembre de 2013

La luz de Belén nunca se ha apagado. Benedicto XVI

En la noche del día 24 celebramos el nacimiento del Niño Emmanuel, Dios con nosotros. Es una noche de alegría en donde el Nacimiento de Cristo se representa a través de dos palabras clave: Luz y Paz.

…luz significa sobre todo conocimiento, verdad, en contraste con la oscuridad de la mentira y de la ignorancia. Así, la luz nos hace vivir, nos indica el camino. Pero además, en cuanto da calor, la luz significa también amor. Donde hay amor, surge una luz en el mundo; donde hay odio, el mundo queda en la oscuridad. Ciertamente, en el establo de Belén aparece la gran luz que el mundo espera. En aquel Niño acostado en el pesebre Dios muestra su gloria: la gloria del amor, que se da a sí mismo como don y se priva de toda grandeza para conducirnos por el camino del amor. La luz de Belén nunca se ha apagado. Ha iluminado hombre y mujeres a lo largo de los siglos, “los ha envuelto en su luz”. Donde ha brotado la fe en aquel Niño, ha florecido también la caridad: la bondad hacia los demás, la atención solícita a los débiles y los que sufren, la gracia del perdón.  (Benedicto XVI, Homilía de Navidad 2005)

No es fácil pensar en una Navidad oscura y en conflicto. La noche de amor, necesita de Luz para que veamos más allá de nuestros egoísmos, gustos e ideologías. De ahí, como indica Benedicto XVI, que la Luz siempre  contraste con la oscuridad de la mentira y de la ignorancia. Luz que es conocimiento para dar sentido a nuestra vida.

Esta Luz nos ha guiado a través de los siglos y los sigue señalando hacia donde han de ir nuestros pasos. En ese sentido, la estrella de Belén y el Ángel que habla a los Pastores, son prefiguraciones de la Luz que tanto necesitamos. Es Luz de conocimiento de Quién, cuándo y dónde. Luz que no es simple emotividad o activismo.

Es curioso que la Luz sólo se manifestase a Pastores y Magos de Oriente, pero si repasamos el relato del la Natividad, leeremos que los Magos comunicaron a Herodes su objetivo, pero sólo urdió un plan para deshacerse de aquel Niño. Quizás esta sea la actitud que nuestra sociedad evidencia durante estos días de Adviento. Se aprovechan de las fechas, pero urden planes para impedirnos ver al Niño Dios. De hecho toda la publicidad se concentra en cambiarnos el objeto de nuestra adoración. Nos presentan a lo ídolos de siempre, dispuestas a los adoptemos y nos adoremos. Detrás, muy detrás, queda el Niño, que sólo es recibido por unos pocos.

Pero algunas personas han cerrado su alma; su amor no encuentra en ellas resquicio alguno por donde entrar. Creen que no necesitan a Dios; no lo quieren. Otros, que quizás moralmente son igual de pobres y pecadores, al menos sufren por ello. Esperan en Dios. Saben que necesitan su bondad, aunque no tengan una idea precisa de ella. En su espíritu abierto a la esperanza, puede entrar la luz de Dios y, con ella, su paz. Dios busca a personas que sean portadoras de su paz y la comuniquen. Pidámosle que no encuentre cerrado nuestro corazón. Esforcémonos por ser capaces de ser portadores activos de su paz, concretamente en nuestro tiempo. (Benedicto XVI, Homilía de Navidad 2005)

Los pastores representan a las personas sencillas, que están dispuestas a escuchar el llamado que les llega a través del Ángel. Son personas vigilantes, que velan por la noche para que sus rebaños no sufran. Se reúnen alrededor de un fuego, que vuelve a ser un símbolo de Luz pero que además lo es de Paz y comunidad.

La parábola de las diez vírgenes, se pueden ver las dos actitudes que podemos tener en la espera. Unas han traído suficiente aceite para esperar al novio, otras se han presentado sin esperanza suficiente, lo que hace que no tarden en desesperar y alejarse. La palabra clave es “Esperanza”, que tenían tanto los Magos como los Pastores. Quienes viven sin Esperanza, ¿Qué pueden esperar de su propia vida? ¿Por qué tendrían que esperar que Dios tocara a su puerta para cenar con él? Si se llegan a dar cuenta de que Cristo les llama, se esconderán gritando atemorizados.

Mirando hacia nosotros mismos, tendríamos que hacer un balance de cuanta Esperanza llevamos con nosotros para estar preparados para la espera del nacimiento del Niño Dios.

Particularmente me gusta felicitar por la Navidad utilizando el plural: Felices Navidades. En plural porque da pié a señalar las dos Navidades que tenemos tan cerca. La Navidad externa a celebrar unidos con nuestros amigos y familia y la Navidad interna de nuestra conversión.


Felices Navidades

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