miércoles, 27 de febrero de 2013

¿Cómo relacionamos el Cónclave y la oración?


El pasado domingo, Benedicto XVI nos ofreció su último Ángelus como Pontífice y nos lo hizo con una acertada reflexión sobre la oración:

Meditando este pasaje del Evangelio, podemos aprender una enseñanza muy importante. Ante todo, la primacía de la oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la caridad se reduce a activismo. En la Cuaresma aprendemos a dar el justo tiempo a la oración, personal y comunitaria, que da trascendencia a nuestra vida espiritual. Además, la oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como en el Tabor habría querido hacer Pedro, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. “La existencia cristiana – he escrito en el Mensaje para esta Cuaresma – consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios”
 
En nuestra sociedad actual, llena de ruidos, prisas, responsabilidades y horarios, la oración queda relegada a los momentos de liturgia semanal del domingo. Eso, si no nos ocurre que tengamos la mente llena de cotidianidad incluso en al misa dominical. ¿Dónde encontrarnos con la oración? 
La oración parte de un alma que siente necesidad de Dios. Un alma que se reconoce como incapaz, por si misma, para seguir adelante y busca dónde agarrarse. 
En estas tinieblas de la vida presente, en las que "peregrinamos lejos del Señor" mientras "caminamos por la fe y no por la visión", debe el alma cristiana considerarse desolada, para no cesar de orar (San Agustin, Carta 130, 2) 
No es frecuente que evidenciemos la desolación que nos señala San Agustín. ¿Quién en nuestra sociedad se atrevería evidenciar que necesita de Dios? Por ello, ocultamos esta desolación y preferimos no orar. Tal vez podamos hacer más orando que con todos los activismos que reunamos en torno nuestra. Los activismos nos llevan a crear Torres de Bable, con las que queremos llegar a Dios por nuestros medios. La oración nos permite llegar a Dios de una manera humilde, sentida y profunda. Una vez estemos delante Dios, El no señalará el camino a tomar. 
Tal como nos indica Benedicto XVI, se trata de subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. No tenemos que quedarnos en lo alto del monte construyendo las cabañas para Moises y Elias. La oración nos lleva ante Dios, pero después tenemos de volver a bajar y seguir lo que Dios nos ha indicado para servir a nuestros hermanos con el mismo amor que Dios nos ha legado. 
Pero ¿Necesitamos orar? Diría que cuanto menos confiemos en Dios y más desconfianza tengamos de nuestros hermanos, más oración necesitamos. Estos días de preconclave es posible detectar en nosotros, en comentaristas, amigos y/o conocidos, si nos falta oración. Si pensamos que todo depende de los cardenales, reuniones secretas, maniobras de “poderes” internos o sentimos desesperanza por la misma Iglesia es evidente que no confiamos en Dios. La desconfianza en el Señor señala que necesitamos mucha más oración. 
Pero, no se trata de quedarnos en la oración. Ahora mismo y cuando tengamos un nuevo Santo Padre, todos y cada uno debemos trabajar en línea con el Ministerio Petrino. Incluso si el Espíritu Santo elige a una persona que nos parezca inadecuada, veremos que el Señor actúa sobre el, transformando sus desventajas en oportunidades para la Iglesia. 
Muchos vieron a Juan Pablo II o a Benedicto XVI como personas equivocadas que traerían sufrimiento a la Iglesia y ya hemos visto todo lo que nos han legado. Si con la evidencia de estos Papas maravillosos, seguimos viendo todo negro, es que nos ciega el deseo de que la Iglesia ajuste a nuestros deseos personales. Si encima somos profetas de la destrucción y hablamos del fin catastrófico de la Iglesia, estamos haciendo el juego al enemigo. 
Estemos esperanzados y alegres. Dios no nos ha dejado y sostiene el timón de la Barca con mano firme y certera. Aunque las tempestades arrecien, el rumbo seguirá siendo el mismo.

domingo, 17 de febrero de 2013

La oración nos une con Dios


La fuerza de la oración se encuentra en el sentimiento del alma y las obras virtuosas de toda nuestra vida. San Pablo habla: "En resumen, sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios" (1 Co. 10:31). Entonces cuando te sientas a la mesa, reza, cuando tomas el pan, agradece al Dador. Cuando refuerzas tu débil cuerpo con vino, entonces piensa en Aquel, que te concede estos dones para alegrarte y reforzarte en las debilidades. Y a pesar de tu poco tiempo para alimento, siempre recuerda al Bienhechor, jamás te olvides. Cuando te vistes agradece a Aquel que te dio el vestido. Si paso el día, agradece al Señor que nos dio el Sol para trabajar; y en la noche ala luna para iluminar. La noche también tiene su motivo de oración. Cuando contemplas el cielo y admiras su hermosura, entonces ora al Señor de todo el mundo visible; reza al gran Creador de todo el mundo visible; reza al gran Creador de todo el mundo…

Y que puede dar mas suerte, sino en la tierra, imitar los coros de los ángeles! Cuando a cada ocupación precede la oración, cuando con cantos, como sal condimentamos las ocupaciones, los cantos hermosos y espirituales dan al alma alegría y esperanzada tranquilidad. Ir a la madrugada a la oración, con cantos e himnos, alabando al Creador y luego, cuando el Sol más claramente, volver al trabajo. Los salmos son tranquilidad para el alma, principio de paz, que tranquiliza los atormentados e inquietos pensamientos, que no solamente dominan la turbulenta ira, la despertada cólera espiritual, sino que la conduce a la misericordia. Los salmos fortifican a los consagrados, reconcilian a los ofendidos, y entre amigos, inducen al amor. (San Basilio el Grande, El tesoro Espiritual, fragmento)

La oración, junto con el ayuno y la caridad, es parte sustancial de la Cuaresma en la que ya hemos entrado. ¿Oración? ¿Para qué tenemos que orar? ¿Se gana algo orando?

Dice San Basilio que oremos siempre y en todo lo que hacemos. Orar al Señor da alegría, esperanza y tranquilidad. La oración trae paz a los atormentados y conduce a la misericordia a los iracundos. La oración fortifica a los consagrados, reconcilia a los ofendidos e induce al amor. Pero qué tiene la oración para generar tantos bienes.

La oración es una visita que hacemos al Señor y un momento de conversación intima entre nosotros y Dios. A través de la oración penetramos en nosotros mismos para ofrecer a Dios nuestras infidelidades y limitaciones. En este diálogo, se encuentra la oportunidad de darnos cuenta que compartimos la misma naturaleza con nuestros hermanos, al mismo tiempo que somos imagen de Dios.

Bueno, y si tantos beneficios trae la oración, ¿Por qué no estamos orando todos a todas horas? La respuesta es sencilla: no lo impide nuestra soberbia y la envidia. Soberbia que nos predispone a creer que Dios no es necesario. Envidia, que nos hace sentir celos y rencor de nuestros hermanos. La mezcla de soberbia y envidia genera rencor y odio. ¿Quién puede acercarse a Dios con esos sentimientos? Nadie que no sea consciente de ello y no decida andar el camino de la conversión.

Y en nuestro vida moderna ¿Dónde y cuando orar? Tendríamos que pensar en qué momentos tenemos de recogimiento. Los más sencillos serían los que preceden a acostarnos, pero no despreciemos otros como la sobremesa o por la mañana temprano. Radio María tiene en programación varios momentos de oración por la mañana, por lo que es posible unirse a las oraciones que miles de personas realizan al mismo tiempo.

Antes de acostarnos es un buen momento para revisar lo hecho durante el día, dar gracias a Dios y hacer propósito de mejora en aquello que podríamos haber actuado de mejor forma. Otra oportunidad nos lo dan los lectores de mp3 y móviles que todos tenemos. Estos dispositivos no sólo pueden contener música, también pueden almacenar audio de oraciones diversas. En Internet podemos encontrar muchos audios del rosario y otras oraciones diversas. Si viajamos en metro o en autobús, no es complicado orar mientras realizamos el trayecto. Si lo hacemos en automóvil, podemos grabar las oraciones en CD u otro soporte de audio.  

Lo que no podemos olvidar es que acercarnos a un tempo y orar allí de rodillas es también muy recomendable. Buscar un momento adecuado y un templo cercano puede ser complicado, pero a veces podemos encontrarnos con que es más fácil de lo que nos parece.

De todas formas, no olvidemos que: " Añadamos  a  nuestras  oraciones  la  limosna  y  el  ayuno, cual  alas  de  la piedad  con las que  puedan  llegar  más  fácilmente hasta  Dios. " (San Agustín, Sermón 206,2). 

martes, 12 de febrero de 2013

¿Por qué ha renunciado Benedicto XVI?


¿Por qué el Santo Padre ha decidido renunciar al Ministerio Petrino? Creo que sus propias palabras lo dejan claro: 

Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo rezando

Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe,para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. 

No es ningún secreto, que el mundo actual necesita de un Papa capaz de enfrentarse al proceso de cambio social y los continuos desafíos que sociedad, ciencia y cultura, nos plantean. Si la salud del Santo Padre flaquea, su responsabilidad le hace decidir anteponiendo a la Iglesia. Hay que ser muy valiente para dar el paso que Benedicto ha dado hoy. Valiente y humilde, ya que legar el timón de la Iglesia contiene un mensaje maravilloso: Nadie es imprescindible, ya que la Voluntad de Dios es la fuerza que mueve el mundo. 

Confieso que la renuncia del Papa al Obispado de Roma y al Ministerio Petrino me ha cogido por sorpresa. Con Benedicto XVI me siento especialmente sintonizado, ya que el pensamiento agustiniano corre por sus venas y esto se nota en sus homilías, catequesis y escritos varios. Pero no puedo dejar de agradecer al Señor estos años de sintonía y comunión que he vivido con el Santo Padre. Esta mañana, una llamada de un amigo sacerdote me puso en aviso e hizo que comenzara a pensar en lo que esta renuncia conlleva. Gracias D. Joan. 

No es necesario ponerse catastrofista, ni pensar en que esta renuncia es una tragedia. Gracias a Dios, Su Santidad podrá dedicarse a su labor de teólogo para beneficio de la Iglesia y podrá vivir de forma reposada, los años que le tenga reservado el Señor. No puedo más que alegrarme por la persona, el ser humano, que hay detrás de Su Santidad Benedicto XVI. Esta renovación del papado será diferente, ya que no tendremos que compaginar la tristeza por la muerte del Papa y la alegría por la nueva esperanza que nace de la elección de nuevo Pontífice. El proceso de elección será mucho menos emotivo, pero no por ello dejará de ser de una tremenda importancia para todos nosotros. 

¿Qué conlleva la renuncia? Seguir leyendo en Religión en Libertad: Aquí

domingo, 10 de febrero de 2013

Crisis, evangelización y la pesca milagrosa


Soléis decir: «Los tiempos son difíciles, los tiempos son duros, los tiempos abundan en miserias.» Vivid bien, y cambiaréis los tiempos con vuestra buena vida; cambiaréis los tiempos y no tendréis de qué murmurar. En efecto, hermanos míos, ¿qué son los tiempos? La extensión y sucesión de los siglos. Nace el sol; transcurridas doce horas, se pone en la parte opuesta del mundo. Al siguiente día vuelve a salir por la mañana, para ponerse otra vez. Enumera cuántas veces acaece lo mismo: he ahí lo que son los tiempos. ¿A quién hirió la salida del sol? ¿A quién dañó su puesta? En consecuencia, a nadie ha dañado el tiempo. Los dañados son los hombres; los que dañan son también hombres. ¡Oh gran dolor! Son hombres los dañados, los despojados, los oprimidos. ¿Por quién? No por leones, no por serpientes o escorpiones, sino por hombres. Los que sufren el daño se lamentan de ello; si les fuera posible, ¿no harían ellos lo mismo que reprochan a otros? Llegaremos a conocer al hombre que murmura, en el momento en que le sea posible hacer eso mismo contra lo que murmuraba. Lo alabo, vuelvo a alabarlo si deja de hacer lo que él reprochaba. (San Agustín, Sermón 311, 8)

No creo que ningún católico crea que los tiempos que nos ha tocado vivir sean fáciles. Es evidente que vivimos en momento complicado, pero al mismo tiempo, lleno de esperanzas. ¿Cómo es entonces que nos sentimos desanimados tan a menudo? Quizás miremos atrás a través del mito del paraíso perdido y nos parezca que todo tiempo pasado fue mejor. Pensemos que los mitos son estupendas oportunidades para el enemigo realice su labor de desánimo.

El texto de San Agustín nos muestra que la humanidad y la Iglesia no han cambiado tanto como nos podría parecer. La crisis económica, social, moral y eclesial tienen un trágico síntoma y consecuencia: nuestra desesperanza. No estaríamos en crisis si dejáramos de lamentarnos de ella y actuáramos de forma coherente.

Nos dice San Agustín que los tiempos no son malos, los malos somos los seres humanos que siempre esperamos a que otro sea el que resuelva el problema. Quedarse quieto criticando es tan fácil como inoperante. Es más, la crítica produce desesperanza en nosotros mismos y en quienes la reciben. Una actitud positiva y activa, genera esperanza y empatía en quienes nos rodean.

La Nueva Evangelización necesita del combustible de la esperanza. Esperanza que nace dentro de cada uno de nosotros por la Gracia de Dios. Lo triste es que paralicemos y dejemos inoperante nuestra esperanza por pereza, desafecto, egoísmo y envidia. Si nos sentamos a esperar que otros nos digan que hemos de evangelizar, nos formen, nos vistan y nos muevan hasta la boca… ¿Llegaremos a evangelizar alguna vez?

Otro problema que se une a la desesperanza es la tendencia a confundimos el medio con el fin, lo que da lugar a entendimientos demasiado cortos y sobre todo, cómodos. Evangelizar en las redes sociales y en el mundo real, no es crear relaciones afectivas y generar amistad, por mucho que el afecto y la amistad sean el mejor vehículo para evangelizar. La evangelización necesita de dos elementos fundamentales: el testimonio personal y contenidos que sean semilla de conversión en quienes los reciben. Cristo se acercó a quienes le llamaban y necesitaban, pero lo que les mostró no se quedó en afecto y amistad, les enseño mediante parábolas y su propio ejemplo. Después les requirió que fuesen coherentes con esta enseñanza y ejemplo. Es decir, no nos dejó esperando que otros fuesen quienes nos movieran. 

De nada nos vale quejarnos de la crisis, si no actuamos de forma individual y colectiva. Quizás nos preguntemos cómo actuar, por lo que comparto algunas indicaciones:

  • Dejar el abatimiento y la desesperanza atrás. Dios todo lo puede y a través de nosotros, Su voluntad se hace presente en el mundo.
  • Intentando ser personas equilibradas que demos testimonio coherente y creíble, ante los demás.
  • Creando un espacio de amistar y afecto en torno nuestra.
  • Difundiendo a través de ese espacio, la semilla que Cristo nos ha legado.
  • Teniendo una vida sacramental viva y orando cada vez que podamos, tanto de forma personal como colectiva. Nada podemos sin Cristo.
¿Complicado? ¿Difícil? Yo diría que es imposible por nosotros mismos. Tal vez tengamos que hacer como Pedro, que después de la pesca milagrosa, se arrodilla y le dice al Señor: “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador". El Señor comprenderá el terror y la incapacidad que sentimos, pero no dudará en decirnos: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres

domingo, 3 de febrero de 2013

Humildad y miedo, a veces se confunden y nos confunden.


Un médico vino entre nosotros para devolvernos la salud: nuestro Señor Jesucristo. Encontró ceguera en nuestro corazón, y prometió la luz "ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman" (1Co 2,9). La humildad de Jesucristo es el remedio a tu orgullo. No te burles de quien te dará la curación; sé humilde, tú por el que Dios se hizo humilde. En efecto, Él sabía que el remedio de la humildad te curaría, él que conoce bien tu enfermedad y sabe cómo curarla. Mientras que no podías correr a casa del médico, el médico en persona vino a tu casa... Viene, quiere socorrerte, sabe lo que necesitas.

Dios vino con humildad para que el hombre pueda justamente imitarle; Si permaneciera por encima de ti, ¿cómo habrías podido imitarlo?  Y, sin imitarlo, ¿cómo podrías ser curado? Vino con humildad, porque conocía la naturaleza de la medicina que debía administrarte: un poco amarga, por cierto, pero saludable. Y tú, continúas burlándote de él, él que te tiende la copa, y te dices: "¿pero de qué género es mi Dios? ¡Nació, sufrió, ha sido cubierto de escupitajos, coronado de espinas, clavado sobre la cruz!" ¡Alma desgraciada! Ves la humildad del médico y no ves el cáncer de tu orgullo, es por eso que la humildad no te gusta. (San Agustín Sermón 61, 14-18)

Los seres humanos tendemos a quedarnos con las apariencias y por eso nos resulta más fácil imitar para aparentar. Como dice el viejo refrán, “el hábito no hace al monje”, aunque ayude a quien tiene en su interior el deseo y la voluntad de ser monje.

San Agustín se pregunta, poniendo el foco en Cristo “sin imitarlo, ¿cómo podrías ser curado?”, pero tenemos que leer más para dar sentido a esta frase. “Vino con humildad, porque conocía la naturaleza de la medicina que debía administrarte: un poco amarga, por cierto, pero saludable.” Lo que nos propone es que imitemos su humildad: “Él sabía que el remedio de la humildad te curaría, él que conoce bien tu enfermedad y sabe cómo curarla

¿Qué sentido tiene la humildad en la sociedad de las apariencias vacías que nos rodea? La humildad resulta repulsiva e indeseable en un mundo en el que tener es más importante que ser. Viendo en esta tarde una película sobre la vida del Padre Pío, estuve reflexionando sobre lo complicado que es ser humilde cuando todos los que te rodean te ensalzan y hasta te idolatran. Que difícil es ser humilde cuando se ha recibido un don de Dios, que te hace destacar sobre los demás. ¿Qué tipo de don? Por ejemplo el bautismo es un don de Dios, que nos lleva a dar testimonio de nuestra fe. ¿Por qué no lo hacemos entonces? Nos lo señala San Agustín: “Encontró ceguera en nuestro corazón, y prometió la luz”. No confiamos en que la luz de Dios y tememos la responsabilidad que conllevan los dones que nos da. Pero este temor a veces se confunde con la humildad. La humildad no te hace esconder el don de Dios, la humildad es otra cosa.

La humildad nos lleva a comprender que podemos aquella llama de luz que Dios nos da, no es para guardarla debajo de la cama, sino para exponerla. Pero nos da miedo convertirnos en modelo para los demás y este miedo proviene de la responsabilidad que contraemos al intentar ser ese modelo.

No puede uno agradar a Dios sin presentarse como modelo para ser imitado por aquellos que quieren sean salvados, por cuanto nadie pretenderá imitar a aquel que no le agrada (San Agustín. Tratado sobre el Sermón de la Montaña 2, 1, 3)

Hoy en día ser testigos de Cristo es  muy importante y ese testimonio conlleva presentarse como modelo. ¿Cómo ser modelo sin que se nos suba a la cabeza? ¿Cómo ser humildes al tiempo que aparecemos como modelos a imitar? La figura del Padre Pío puede ser para nosotros un modelo a imitar, para que a su vez, otros vean en nosotros el reflejo de la luz de Cristo.

El Padre Pío tuvo que aceptar ser el centro de expectación de muchas personas y al mismo tiempo, centro de las envidias e intrigas de otros muchos. Los envidiosos no dejaron de hostigarlo e intentar que desapareciera, pero no se echó atrás al sufrir desprecios, dudas e insidias. Lo importante no somos nosotros, sino la luz que podemos reflejar. Las tinieblas rodean la luz, por lo que tarde o temprano tendremos que aceptar con humildad que nuestro testimonio estorbe a otras personas. La verdadera humildad se demuestra entonces, lo fácil es esconderse y dejar de dar testimonio. La humildad nos permite seguir adelante sin esperar reconocimientos ni alabanzas. Además, como indica San Agustín, ese es el camino de nuestra curación.
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