domingo, 27 de mayo de 2012

Del Pentecostés judío al Pentecostés cristiano


El monte Sinaí es símbolo del monte Sión... Fijaos hasta que punto las dos alianzas son el eco una de la otra, con que armonía la fiesta de Pentecostés es celebrada por cada una de ellas... El Señor bajó, tanto sobre el monte Sión como sobre el monte Sinaí, el mismo día y de modo semejante...

Lucas ha escrito: «De pronto vino un ruido del cielo, como de un viento recio. Los apóstoles vieron aparecer una lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (Hch 2,2-3)... Sí, aquí y allí el ruido de un viento recio se dejó oír, un fuego se dejó ver. Pero en el Sinaí era una nube espesa, sobre el monte Sión el esplendor de una luz muy brillante. En el primer caso se trataba «de la sombra y la figura» (Hb 8,5), en el segundo, de la verdadera realidad. En otros momentos se escuchaba el ruido del trueno, ahora de pueden discernir las voces de los apóstoles. Por un lado, el resplandor del rayo; por el otro estallan prodigios por todas partes...

«Todos salieron del campamento para ir al encuentro del Señor, al pie de la montaña» (Ex 19,17). Se lee en los Hechos de los Apóstoles: «Al oír el ruido, acudieron en masa»... De todo Jerusalén el pueblo se reunió al pie del monte Sión, es decir en el lugar en que Sión, figura de la Santa Iglesia, empezaba a edificarse, a poner sus fundamentos…
«Todo el monte Sinaí  humeaba, porque el Señor había descendido sobre él en el fuego, dice el Éxodo (v. 18)... ¿Podían no quemar los que estaban ardiendo con el gran fuego del Espíritu Santo? Tal como el humo señala la presencia del fuego, así también por la seguridad de sus palabras, por la diversidad de lenguas, el fuego del Espíritu Santo manifestaba Su presencia en el corazón de los apóstoles. ¡Dichosos los corazones llenos de este fuego! ¡Dichosos los hombres que ardían con Su calor! «El monte temblaba violentamente. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte» (v.19)... De la misma manera la voz de los apóstoles y su predicación se hacían cada vez más fuertes; cada vez más lejos se hicieron escuchar sus palabras hasta que «su mensaje alcanza a toda la tierra y su voz llega hasta los límites del orbe» (Sl 18,5). (San Bruno de Segni. Comentario del Éxodo, c. 15)
Pentecostés es una fecha muy especial. Celebramos el día en que el Espíritu Santo se posó sobre los Apóstoles y estos recibieron los dones que Cristo les prometió.

Sin duda, los Apóstoles se transformaron de manera maravillosa e inesperada. Pasaron de ser un grupo de personas llenas de temor y dudas, a un ejército dispuesto a todo por difundir el Evangelio. ¿Qué les sucedió? ¿Lo podemos entender? Tal vez podamos acercarnos intelectualmente a lo que pudo pasar en su interior, pero nunca seremos capaces de entender la luz cegadora que iluminó el ser de estas personas. Pudo suceder tal como se cuenta en el Génesis, “Hágase la Luz” y la luz se hizo en el corazón de todos ellos.

¿Cómo recibimos hoy en día el Espíritu Santo? Esta no es una pregunta secundaria, ya que podríamos pensar que el Espíritu ya no se manifiesta. Pero no es así. El Espíritu tuvo que entrar de golpe en los Apóstoles, porque su misión lo requería y así lo prometió el Señor. Hoy en día, el Espíritu actúa, pero de una manera menos impetuosa y multitudinaria.

También es evidente que nosotros mismo no estamos nada predispuestos a dejar actuar al Espíritu en nosotros. Nos da miedo aceptar su acción. Esta acción nos llevaría a cambiar la manera de vivir y eso no es sencillo de aceptar.

El fuego quema y transforma lo que toca. De igual forma, el Espíritu nos transforma en la medida que permitimos que actúe. Tal como el humo señala la presencia del fuego, así también por la seguridad de sus palabras, por la diversidad de lenguas, el fuego del Espíritu Santo manifestaba Su presencia en el corazón de los apóstoles. ¡Dichosos los corazones llenos de este fuego!

El sonido de un trueno hizo congregarse a una multitud que fue testigo de la transformación de los corazones de estos hombres. ¿Qué es el trueno en nuestro tiempo? ¿Qué es aquello que nos convoca? ¿Quién habla en diversidad de lenguas?

Tal como San Bruno indica. Es la Iglesia la que nos convoca y son las voces de nuestros pastores, las que nos llenan en corazón de Esperanza.

Quiera el Señor llenarnos de Su Espíritu y darnos de beber de esa Agua Viva que quita la sed para siempre.

domingo, 13 de mayo de 2012

Vosotros no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo


Todos los fieles y buenos cristianos, pero sobre todo los mártires gloriosos, pueden decir: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8,31). Era contra ellos que se amotinaban las naciones, los pueblos planeaban un fracaso y los príncipes conspiraban (Sl 2,1); se inventaban nuevos tormentos e imaginaban increíbles suplicios contra ellos. Se les llenaba de oprobios y acusaciones mentirosas, se les encerraba en calabozos insoportables, labraban sus carnes con uñas de hierro, se les mataba a golpes de espada, eran expuestos a las bestias, se les quemaba vivos, y estos mártires exclamaban: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?»

El mundo entero está contra vosotros y aún decís: «¿Quién estará contra nosotros?» Pero los mártires nos responden: «¿Qué es para nosotros este mundo entero siendo así que morimos por aquél por quien el mundo ha sido hecho?» Que lo digan, pues, y lo repitan los mártires y nosotros escuchemos y digamos con ellos: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» Pueden desencadenar su furia contra nosotros, pueden injuriarnos, acusarnos injustamente, colmarnos de calumnias; pueden no sólo matar sino incluso torturar. ¿Qué harán los mártires? Repetirán: «Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida» (Sl 53,6)... Entonces, si el Señor sostiene mi vida, ¿qué daño puede hacerme el mundo ?... Es él quien recuperará mi cuerpo... «Todos mis cabellos están contados» (Lc 12,7)... Digamos, pues, con fe, con esperanza, con un corazón ardiendo de caridad: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (San Agustín Sermón 334)

Este texto de San Agustín nos recuerda la tensión que vivimos todos los cristianos al estar en el mundo y desear el Reino. Pero no siempre tenemos las cosas tan claras. A veces preferimos el mundo y dejamos el Reino para cuando muramos. Pero Cristo nos dijo que el mundo nos odiará como le odió a Él. ¿Realmente nos sentimos ciudadanos del Reino y lo anhelamos? ¿Realmente sentimos el odio del mundo? La Carta a Diogneto es tajante en cuento a nuestra ciudadanía celestial.

Pero ¿Qué es el mundo? El mundo es la sociedad como poder que nos distancia de Dios y de su Voluntad. El mundo es la sociedad que nos ofrece la aparente saciedad de nuestros deseos, olvidando a Dios. Al igual que los israelitas que esperaban a Moisés, desesperaron y decidieron crear el becerro de oro. El mundo nos dice que no esperemos más, que saciemos nuestras ansias saturando lo sentidos y embotando nuestra mente. El Reino nos dice que esperemos a saciar nuestros anhelos por medio del Espíritu.

El mundo nos ofrece la inmediatez y el Reino la espera. ¿Cómo puede una espera saciar nuestros anhelos? Debería ser al revés. Evidentemente los santos son la prueba de que la espera, cuando tienen sentido, es Esperanza. La Esperanza sacia si procede del Espíritu, pero se desvanece si proviene de lo material.

La espera llena de Esperanza nos transporta a la comprensión del sacrificio. Sacrum facere, hacerse sagrado. Hacerse medio por el que Dios se comunica a los demás. La Espera conlleva sacrificio y el sacrificio es por si mismo una manera de evangelización. El sacrificio nos abre la puerta a ser testigos vivos del Señor.

No, no hace falta salir a las calles con un látigo. Con vivir en sintonía con la Voluntad de Dios y hacerlo con la Esperanza que nos dona el Espíritu, es más que suficiente. ¿Bonito? Mucho, pero rara vez conseguimos estar en gracia mucho tiempo.

¿Qué sucede si somos incapaces de separarnos del mundo? Nos da vergüenza decir que somos cristianos y procuramos que no se nos note demasiado. Yo diría que no  nada más que lo que le sucedió a Pedro a negar tres veces de Cristo.

Ese Pedro incapaz, limitado, temeroso, se volvió a encontrar con Cristo en la orilla del mar de Galilea. Allí Cristo le preguntó tres veces si le amaba y Pedro sólo pudo decir que le quería. ¿Otro fracaso? No, nada de eso.

El mismo Pedro fue el que salió a la plaza y lanzó el discurso del Kerigma. ¿Qué le sucedió a Pedro? Evidentemente, fue el Espíritu quien lo desató de las cadenas del miedo y le convirtió. A San Pablo le sucedió algo similar. Tras ver a Cristo camino de Damasco, fue otra persona.

¿Vamos  ser nosotros más que San Pedro y San Pablo? Me temo que a duras penas nos parecemos a como eran ellos antes de recibir el Espíritu. Esperemos nuestro Pentecostés. ¿Por qué no? Roguemos a Dios por ello.

domingo, 6 de mayo de 2012

Vid y los Sarmientos.Reflexionando sobre Redes Cristianas


En el pasaje del Evangelio que nuestro Señor dice que él es la vid y nosotros los sarmientos, habla así en tanto que él es la cabeza de la Iglesia y nosotros somos sus miembros (Ef 5,25), en tanto que «mediador entre Dios y los hombres» (1Tm 2,5). En efecto, la vid y los sarmientos son de la misma naturaleza; por eso el que era Dios, y por tanto de una naturaleza distinta de la nuestra, se hizo hombre a fin de que, en él, la naturaleza humana fuera como una vid de la que nosotros seríamos los sarmientos. Estos están estrechamente unidos a la vid pero no le comunican nada, sino que es de ella de donde reciben su principio de vida. La vid, por el contrario, está unida a los sarmientos para comunicarle su savia vivificante, sin recibir de ellos nada a cambio. Es así como Cristo permanece en sus discípulos.

Decía él a los discípulos: «Permaneced en mí como yo permanezco en vosotros». Ellos no estaban en él de la misma manera que él en ellos. Esta unión recíproca no le reportaba a él ningún provecho; tan sólo ellos sacan provecho. Los sarmientos están estrechamente unidos a la vid pero no le comunican nada, sino que es de ella que los sarmientos reciben su principio de vida. La vid, por el contrario, está unida a los sarmientos para comunicarles su savia vivificante, sin recibir de ellos nada a cambio. Es así como Cristo permanece en sus discípulos.

Si Cristo no hubiera sido un hombre no hubiera podido ser vid; sin embargo, si él no fuera también Dios, no podría proveer de esta gracia a los sarmientos. Porque no se puede vivir sin esta gracia, y porque la muerte está en poder de nuestro libre arbitrio, nuestro Señor añade: «Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden (Jn 15,6). Es por eso que, si la madera de la vid es despreciable cuando no permanece unida a la vid, es tanto más gloriosa cuando permanece en él. (San Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 80, 1; 81, 1.3-4)

La Vid y los sarmientos es uno de los pasajes más bonitos del Evangelio de San Juan. Cristo nos explica la relación que Él tiene con quienes están unidos por medio del Espíritu. Un sarmiento que no recibe la savia de la cepa, se seca. Tan sólo tiene utilidad para ser quemado. Un sarmiento vivo, recibe de la cepa la savia y es capaz de dar fruto.

Esta imagen puede ser utilizada como paradigma en diversidad de situaciones. La unidad de la Iglesia es una de ellas. Cuando nos separamos de la Iglesia e intentamos crear nuevas iglesias a nuestra medida, el Espíritu deja de fluir y todo termina agotado y seco. En la medida que cada uno está unido a Cristo la Iglesia se renueva con nuevas fuerzas. Si los cristianos estamos lejos de Cristo, la Iglesia parece ser más frágil y lejana.

No podemos vivir sin la Gracia de Dios. Nosotros no comunicamos nada a la cepa, pero a través nuestra la vid da frutos.  A veces el sarmiento que se separa de la vid piensa que es la vid la que está perdiendo vitalidad. Piensa que si la vid se acercara a él, todo iría mejor. Pero en la vid es donde habita el Espíritu que se comunica a los sarmientos. Los sarmientos no pueden comunicar el Espíritu a la vid.

En todo caso, cuanto más cercanos y unidos estén los sarmientos a la vid, los frutos serán más abundantes y la vid aparecerá más saludable. Cuando los sarmientos se separan y la vid parece seca, no es que le falte vida a la cepa, sino que los sarmientos no están suficientemente unidos a ella.

Hace unos días, leyendo el manifiesto de Redes Cristianas y la asamblea que ha convocado para celebrar el 50 aniversario del fin del Concilio Vaticano II, pensaba en la parábola de la vid y los sarmientos. 

Dicen los sarmientos que no son súbditos, que pueden ser independientes de la cepa. Dicen que la Iglesia pasa por momentos delicados, pero los verdaderos momentos delicados lo están pasando todos los sarmientos que están alejados de Ella. Parece que la cepa tiene problemas de vitalidad, pero son los sarmientos quienes realmente lo tienen. Hablan de esperanzas que no han dado fruto ¿Por qué será que un sarmiento no da fruto? Hablan de que no quieren un nuevo Concilio, sino una asamblea de creyentes. Una asamblea de sarmientos que olvidan a la cepa, no tiene muchas esperanzas de ir muy lejos. Hablan de una Fe que no puede vivirse dentro de instituciones religiosas. ¿Qué fe es la que prescinde de la cepa que le da sustento? Quizás una fe que predispone a los sarmientos a ser combustible para las frías noches de invierno.

Que el Señor nos ayude a estar cada día más unidos a la Cepa, que es la Iglesia, cuerpo de Cristo en la Tierra.
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