sábado, 20 de febrero de 2010

El sentido espiritual (y III)


"Que hay ciertas economías místicas indicadas en la Escritura, es admitido por todos, pienso que hasta por el más simple de los creyentes. Pero ¿cuáles son, de qué clase, quién es intelectualmente recto, no vencido por el vicio de la jactancia, sino que escrupulosamente reconocerá que es un ignorante? Ya que si alguien, por ejemplo, aduce el caso de las hijas de Lot, que parecen, contrariamente a la ley de Dios, haber copulado con su padre; o las dos mujeres de Abrahán, o las dos hermanas que estuvieron casadas con Jacob, o de las dos criadas quien aumentaron el número de sus hijos, ¿qué otra respuesta podría ofrecérsele, sino que estos eran ciertos misterios y formas de cosas espirituales, pero que somos ignorantes de qué naturaleza son?

Incluso cuando leemos de la construcción del tabernáculo, consideramos cierto que las descripciones escritas son figuras de ciertas cosas ocultas; pero adaptar estas a sus normas apropiadas, y abrir y discutir cada punto individual, pienso que es sumamente difícil, por no decir imposible. Que esta descripción, sin embargo, esté llena de misterios no escapa ni al entendimiento común. Pero toda la parte de narrativa, relacionando con los matrimonios, o con el engendramiento de hijos, o las batallas de clases diferentes, o cualquier otra historia, ¿qué otra cosa además se puede suponer salvo formas y figuras de cosas ocultas y sagradas?

Como el hombre hace muy poco esfuerzo en ejercitar su intelecto, o imagina que tiene el conocimiento antes de aprenderlo realmente, la consecuencia es que nunca comienza a tener conocimiento; o si no hubiera carencia de deseo, al menos de un instructor, y si se buscara el conocimiento divino, como debería ser, en espíritu religioso y santo, y con la esperanza de que muchos puntos serán abiertos por la revelación de Dios -ya que al sentido humano ellos son sumamente difíciles y oscuros- entonces, quizás, quien busca de tal manera encontrará lo que es permitido descubrir." (Orígenes, De principis)

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La mística necesita de la Fe y la Fe busca comprender. Por eso Orígenes indica claramente la existencia de “economías místicas” dentro de las sagradas escrituras. Para encontrar y comprender estas economías es necesario el intelecto, además de otras herramientas. Pero, como indica Orígenes, el ser humano está poco predispuesto a ejercitar su intelecto. Para suplir esta deficiencia, buscamos medias verdades que nos provean de respuestas fáciles y que, a ser posible, no nos involucren en nuestro propio aprendizaje.

Evidentemente, el intelecto no es algo a desechar. Todo lo contrario. Es una herramienta indispensable donada por el Creador para que podamos conocer, comparar y discernir. Dicho esto, también es imprescindible señalar que el intelecto que no puede ser la única herramienta empleada, ni ser desechado algo inútil o malévolo. El intelecto debe desarrollarse en igualdad con la emotividad y la praxis para que podamos vivir en armonía interna y externa. Armonía, que es el estado que obtenemos cuando la proporción de elementos es la adecuada para que se produzca belleza. Belleza teológica y estética que nos permite ser símbolo de Dios en la tierra.

Si despreciamos el intelecto o la emotividad o la acción, desechamos toda posibilidad de armonía interna y externa. En el mejor caso, solo podremos luchar por obtener la paz por medio del vacío. Aunque parezca evidente, una vez roto el equilibrio no es fácil entender que armonía y vacío no son lo mismo. La lucha interna que conlleva el desequilibrio, solo encuentra paz en el vacío y es normal que se entienda como la meta a la que estamos destinados.

Las sagradas escrituras no pueden entenderse únicamente a base de emotividad o de recitarlas tal cual están escritas. Es necesario conocer, comparar y discernir, para entender lo que Dios nos comunica a través de ellas. Al mismo tiempo que se discierne, hay que sentir lo que está escrito y hacer acción y voluntad la revelación divina.

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Espíritu Santo, dador de Ciencia por la cual se conoce la vanidad del mundo, abre nuestras mentes al conocimiento de Dios, a fin de que conozcamos nuestros pecados para detestarlos, nuestros deberes para cumplirlos, nuestros defectos para corregirlos, las vanidades de la tierra para menospreciarlas y las grandezas del cielo para desearlas.
Amén.

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