martes, 16 de febrero de 2010

El sentido espiritual (II)

«… llamamos tipo o modelo a las razones creadoras de las cosas, y preexisten en la simplicidad de la esencia divina. La Escritura las llama predestinaciones y voluntades santas y buenas, que constituyen y realizan a los seres, y según los cuales la soberana potencia determina y produce todo lo que es. Entonces, cuando el filósofo Clemente, adelanta que los tipos o modelos no son otra cosa más que lo que se concibe de más noble en las criaturas, no da a la palabra su propio valor, riguroso y natural; y admitiendo que ese lenguaje fuese exacto, aún habría que entenderlo en el sentido de los santos oráculos, donde se dice que las criaturas no nos son reveladas para que las adoremos, sino para que, por el conocimiento que nos vendrá de ellas, seamos elevados, según la medida de nuestra fuerzas, hasta la causa universal. Todas las cosas deben ser atribuidas a Dios, sin alteración de su simplicidad inefable. Pues comunica primero la existencia, primer don de su bondad creadora; luego penetra en todas las cosas y las llena de las riquezas del ser, y se regocija en sus obras. Pero todo preexistía en él en el misterio de una simplicidad transcendental que excluye toda cualidad; y todo está igualmente contenido en el seno de su inmensidad indivisible, y todo participa en su unidad fecunda como una sola y misma voz puede alcanzar a la vez varios oídos.» (Los Nombres Divinos, Dionisio el Areopagita).

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Dionisio el Areopagita, también llamado pseudo-Dionisio, es un autor anónimo que probablemente vivió en Siria entre el siglo V y el VI. El verdadero Dionisio Areopagita fue el único griego que San Pablo consiguió convertir tras su discurso en el Areópago de Atenas. Fue ordenado obispo y murió mártir. Es más que probable que las enseñanzas del verdadero Dionisio fueran recopiladas y puestas en limpio por el pseudo Dionisio.

Este pseudo Dionisio es uno de los Padres de la Iglesia griega y uno de los primeros escritores que trataron la mística cristiana desde el punto de vista práctico y teológico. Entre sus obras, son de gran importancia: Los nombres de Dios y teología mística. Esta última fue la inspiradora de la mística cristiana que se desarrolló a partir del siglo V. El Papa Benedicto XVI dedicó una interesante catequesis pública sobre su figura y aportación a la Iglesia: AQUÍ

Básicamente, en este texto Dionisio nos señala la existencia de un nivel de revelación analógica subyacente en toda lo creado. Así mismo, indica que la comprensión de esta revelación nos permite elevarnos hasta Dios… en la medida que seamos capaces de comprenderla.

Este acceso a Dios se realiza por medio del conocimiento adquirido a partir de la ley causa-efecto… que ordena y da sentido a todo lo creado. Es fácil despreciar este tipo de revelación entendiendo que nada racional puede llevar a Dios... lo que es evidentemente falso. Aunque es evidente que Dios excede toda comprensión, no lo es menos que su creación habla constantemente de El.

Este conocimiento analógico de Dios, se ajusta a la “contemplatio naturalis” que la mística cristiana oriental nos ofrece como segundo paso dentro del camino místico. Contemplar la naturaleza y aprender a ver a Dios en todo lo creado es imprescindible para salir del reducto pseudo-místico influenciado por las corrientes espiritualistas-quietistas de la “Nueva era”.

Cristo evidencia este conocimiento en muchas de sus parábolas, donde mostraba cómo lo cotidiano nos ayuda a comprender aspectos fundamentales del misterio cristiano. Pero una de las funciones más importantes es ser utilizado como fiador de las revelaciones personales que pudiéramos recibir.

Es importante tener claro que ambas revelaciones, personal y pública, no deben contradecirse. Si encontráramos que la revelación personal contradijera la revelación pública: natural o sobrenatural… es más que probable que nuestra subjetividad haya sido sutilmente manejada por aquel que separa y desune.

En último caso, es la Iglesia y su tradición, quien nos ayuda a no perdernos entre la multitud “armonías pasivas” y “amores desafectados” que padecemos hoy en día.

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Espíritu Santo, dador de entendimiento, que abres las mentes más torpes para llenarlas de conocimientos celestiales,

Despeja por piedad, las tinieblas que nos rodean, y haznos conocer en su verdadero valor las cosas, y principalmente la sublimidad y excelencia de los divinos misterios; concédenos la gracia de rechazar prontamente las dudas en las cosas de la fe, y de estar siempre dispuestos a sufrirlo todo para defender y glorificar esa misma Fe.
Amén

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